Escribe Jesús María Pérez García
Nouriel Roubini es un destacado economista estadounidense cuyo historial viene a confirmar su “declarada fe en el capitalismo progresista”. Ha pertenecido al Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca y ha trabajado para el FMI y el Banco Mundial. Saltó a la fama cuando advirtió que la burbuja inmobiliaria de los primeros años del siglo podía convertirse en una enorme crisis financiera como así ocurrió en 2007-09.
Este economista burgués ha escrito un libro que lleva por título “Megamenazas”, publicado en castellano en enero de 2023 por la editorial Deusto. En él analiza con bastante certeza lo que considera son las diez amenazas existenciales a las que se enfrenta la humanidad en un plazo máximo de dos décadas. Él parte de la idea de que “en general… desde 1945” hemos vivido en “un mundo de relativa paz y prosperidad”. “El mundo era relativamente estable”. Pero termina haciéndose la siguiente pregunta: “¿Y si los últimos setenta y cinco años han sido la excepción y no la regla?”. Su respuesta, teniendo en cuenta que se hace desde dentro del sistema, que se hace desde la defensa del capitalismo, no puede ser más descalificante para el orden reinante en el mundo actual. “Los patrones de hace un siglo pueden ser una señal de lo que estamos viendo ahora”. Se refiere a las circunstancias y condiciones que en la primera mitad del siglo XX provocaron una primera Guerra Mundial, una Gran Depresión, el surgimiento de regímenes fascistas y la II Guerra Mundial. Pues bien, para el autor, “en muchos sentidos, las megamenazas de hoy son peores que las de hace un siglo”.

Y lo más llamativo es que entre los dos escenarios que contempla el “distópico” y el “utópico”, entre el que lleva a la catástrofe o en el que el sistema encuentra alguna solución, aunque sea parcial o solo temporal, se inclina por que “el escenario distópico parece mucho más probable”. Este pesimismo revela una falta de confianza casi absoluta en una clase dominante carente de ideas y que funciona por pura inercia, totalmente incapaz de enfrentarse a los retos que tiene por delante la sociedad global.
Estas amenazas son, según Roubini:
1. Deuda explícita. Roubini advierte de la probabilidad de una nueva crisis de deuda. “Las economías avanzadas tienen una deuda conjunta del 420% de su PIB”. “Se avecina un tsunami que no perdonará a China que cuenta ya con una deuda del 330% de su PIB”. “La madre de todas las crisis de deuda parece inevitable”.
2. Deuda implícita. El incumplimiento de los compromisos financieros adquiridos como el gasto sanitario y las pensiones es una bomba de relojería y una grave megamenaza debido a la inversión de la tendencia demográfica. Es más que llamativo que Roubini llegue a afirmar que “el aumento de la esperanza de vida y las nuevas tecnologías médicas, en su día un sueño visionario, suponen ahora una pesadilla”, debido a que constituyen “un coste que nadie previó”.
3. Crisis financiera. Es en lo que puede terminar “la monstruosa burbuja de activos y de crédito alimentada por “un largo periodo de políticas de tipos de interés cero” y acelerada en 2020-21 debido al aumento del gasto público para hacer frente a los costes de la pandemia de Covid19.
4. Estanflación: estancamiento económico más inflación. Según Roubini en la crisis de los 70 “tuvimos un problema de inflación, no de deuda”. En la crisis de 2008 “el exceso de deuda pública y privada precipitó una crisis financiera, pero no tuvimos un problema de inflación”. Pero en “la próxima década nos encontraremos en territorio desconocido: una crisis financiera y de deuda mundial más estanflación. Sería terrible. Y por extremo que parezca, es muy probable que suceda”.
5. Crisis monetarias. “A medida que las monedas fiduciarias van devaluándose, hay que esperar el caos y la inestabilidad financiera, la unión monetaria y económica europea puede llegar a implosionar, se cuestiona el papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial clave, y no aparece ninguna alternativa clara a las monedas fiduciarias y al dólar, ya que las criptomonedas no son ni monedas ni activos”. En este apartado el autor plantea una idea muy interesante citando a The Economist. Se trata de “la creación de monedas digitales gubernamentales”. Es decir, la posibilidad de “depositar fondos directamente en un banco central esquivando a los prestamistas convencionales”. Roubini desecha esta idea por suponer, según él, un doble “riesgo sistémico” que acabaría con la banca comercial al erradicar los beneficios de los accionistas y espolear la fuga de fondos a las cuentas de los bancos centrales, seguras, baratas y de liquidación y compensación inmediatas”.
Además, el papel del dólar para Roubini “perderá brillo” en la medida que se “militariza” al utilizarlo como “arma” imponiendo sanciones financieras a aquellas naciones que no pertenecen fielmente a su bloque y a las que se las empuja a mover su comercio con otras referencias monetarias.
6. Desglobalización. Para Roubini fenómenos como “la creciente rivalidad económica y geopolítica entre Estados Unidos y China”, o “la disociación entre Rusia y Occidente” provocarán “un nuevo giro en la globalización (…) centrar la mayor parte del comercio y la inversión entre amigos y aliados y alejarse de los rivales estratégicos”. Se trata de una “balcanización gradual, pero constante, de la economía mundial”. Una vuelta al proteccionismo reforzado por aranceles y sanciones de todo tipo “que reducirá la producción y el comercio… con resultados catastróficos comparables a la Gran Depresión”. La alternativa del autor es una “desglobalización lenta” en la que EEUU y China deberían competir “amistosamente” y que, aunque “el comercio regional desplazara a los pactos globales” frenando la competencia y la productividad, se evitaría “una desglobalización radical”.
7-8. Inteligencia artificial y la automatización. Roubini afirma que “la revolución de la Inteligencia Artificial puede ser la primera que destruya empleos y salarios en general” porque no solo afectará a los trabajadores de bajos salarios, como pudo pasar con la robotización de los procesos productivos, sino que también afectará a los “trabajadores del conocimiento”. Hace suyo el temor a “un futuro sin empleo”. El autor considera que la Inteligencia Artificial eliminará empleo, hará bajar los sueldos, aumentará la desigualdad social, limitará el consumo y “el crecimiento puede acabar cayendo”. “Así, dice, es como la Inteligencia Artificial puede hacer que el capitalismo acabe autodestruyéndose”.
Citando a un empresario, Jerry Kaplan, que le da la razón a Marx, deja claro que “los beneficios de la automatización recaen naturalmente en quienes pueden invertir en los nuevos sistemas”. “La polarización enfrentará a ricos y pobres”. ¿Qué opciones ve Roubini? Gravar a los propietarios, una renta básica universal junto a servicios públicos de provisión universal o dar a cada individuo una parte de la propiedad de todas las empresas “como una forma de socialismo en la que cada trabajador es dueño de los medios de producción” y recibe rendimientos del capital. Y Roubini ve con claridad que cualquiera de esas opciones “dará lugar a batallas políticas campales”. Su escaso optimismo parece agotarse cuando acaba calificando a la revolución de la Inteligencia Artificial como “terminal”.
9. La amenaza de la guerra ¿fría? En los años 80, EEUU concedió a China el estatus de “nación más favorecida”. “Antes de 1990, nadie temía que China pudiera rivalizar con Estados Unidos”, pero “el progreso de China ha sorprendido a los expertos”. “China tuvo casi tres décadas de crecimiento del PIB de un 10% anual”. De hecho, “aunque en términos de PIB EEUU sigue a la cabeza (de la economía mundial), en riqueza nacional utilizando el coste relativo de bienes y servicios equivalentes (la paridad de poder adquisitivo-PPA), China superó a los EEUU en 2017, con 19,6 billones de dólares”. “En 2020, China desplazó a EEUU como mayor socio comercial de la Unión Europea en bienes”.
Roubini reconoce que “teníamos motivos para el optimismo. En Europa el capitalismo triunfó sobre el socialismo. En Asia, las economías más exitosas se habían liberalizado y convertido en democracias”, “razonables”, puntualiza. Pero China “se está alejando de nosotros… compite cada vez más con Occidente”, con sus propias versiones financieras, comerciales, industriales, y militares. Como declaró John F. Kennedy en 2015, “la era de la dominación occidental fue una aberración de doscientos años. Está llegando a su fin”.
Una “nueva guerra fría ha comenzado” como demostró “la Administración Trump nombrando a China y Rusia como las mayores amenazas para la defensa nacional de EEUU”. Todos los citados son algunos de los factores y elementos que llevan a Roubini a afirmar que “una posible guerra con China es una megamenaza inminente”. El diagnóstico de Roubini es tajante: “China está en vías de convertirse en la potencia dominante en el mundo”, y la recomendación para la clase dominante de EEUU es muy clara: “Debemos encontrar la manera de prosperar sin seguir siendo el número uno”. ¿Escucharán el consejo o pretenderán seguir siendo los “amos del mundo” al precio que sea?
10. Cambio climático. Es parte, según Roubini, de lo que él denomina “la deuda implícita”, debido al ingente coste de “atenuar las destructivas consecuencias del cambio climático global”. Tiene claro que “nos estamos acercando al desastre medioambiental”. Califica de “muy cortos” todos los compromisos para frenar el calentamiento global y asegura que “ninguno de los cuarenta indicadores está avanzando al ritmo necesario para que en el año 2030 el mundo reduzca las emisiones de efecto invernadero a la mitad”. Rechaza totalmente la “creencia mágica de que las nuevas tecnologías y el aumento de la riqueza resolverán el problema más adelante”.
A los efectos directos del cambio en el clima, sequías, inundaciones…, que harán inhabitables amplias zonas del planeta provocando migraciones masivas “a una escala nunca vista”, se unirá el efecto secundario cruzado de “pandemias frecuentes y virulentas” debido a “la destrucción de ecosistemas animales”.
Roubini plantea tres posibles soluciones: La mitigación, la adaptación y la geoingeniería solar.
La mitigación, conseguir lo antes posible que la emisión neta de gases de efecto invernadero sea cero, le parece imposible pues el coste estaría entre el 2 y el 6% de la renta mundial lo que está a años luz de los esfuerzos que se han hecho hasta la fecha. Además, considera que “incluso el cumplimiento de los compromisos actuales podría no detener el aumento de 3ºC en 2100, lo que desencadenaría el Armagedón”.
La adaptación consistiría en aceptar que las temperaturas aumenten entre 2,5 y 3ºC y ceñirse a limitar los daños. El problema de esta opción es que la suma de pérdidas por daños y otros costes sería aún mayor que las consideradas en la mitigación.
Y la tercera, la geoingeniería solar que consistiría en “imitar el efecto volcánico” liberando “partículas en la alta atmósfera para frenar o invertir el calentamiento global”, dice que pareciendo factible y más asequible económicamente, es, sin embargo, “una tecnología no probada que puede tener graves efectos secundarios”, para empezar, “la sombra artificial” perjudicaría a la agricultura, a la obtención de energía solar y no impediría la acidificación de los océanos.
Roubini descarta la viabilidad de otras alternativas frente al cambio climático como “quimeras” por distintas razones. La fusión y la fisión nuclear, el hidrógeno limpio, la captura y almacenamiento de carbono…
Cree que es “disparatada la idea de que en el futuro inmediato vamos a eliminar por completo los combustibles fósiles”. Se basa en que, en una década, de 2009 a 2019, “el consumo total de energía procedente de los combustibles fósiles pasó del 80,3% al 80,2%”. Una reducción del 0,1% en 10 años. A ese ritmo se necesitarían 100 años para reducir un 1%, 1.000 años para reducir un 10%…
A Rubini esos datos le demuestran que “el sector privado carece de recursos, de voluntad, o de ambas cosas para provocar un cambio real”.
En los últimos capítulos se desata el pesimismo de Roubini. En el que titula “Destino aciago”, empieza diciendo: “Unas políticas adecuadas podrían evitar parcial o totalmente una o varias de las megamenazas, pero en conjunto, la desgracia parece prácticamente asegurada”. Las megamenazas “producirán bucles negativos de retroalimentación que se reforzarán mutuamente”.
El último intento de mantener la esperanza en un futuro “más utópico” lo basa en que si las economías avanzadas fueran capaces de crecer entre el 5 y el 6% del PIB anualmente y sostenido en el tiempo, se dispondría de recursos para luchar contra las emisiones de efecto invernadero, fomentar el desarrollo de la tecnología, incluyendo la automatización en las finanzas, establecer una renta básica universal o la prestación universal de servicios públicos, o una combinación de ambas, para reducir la desigualdad y combatir los populismos, y que China y EEUU colaboraran y cooperaran. Pero incluso en ese improbable escenario afirma que “habrá vencedores y vencidos” apostando por “una alianza renovada de democracias progresistas” en torno a la OTAN, aunque él mismo termina reconociendo en la última página que “un orden global fracturado deja pocas esperanzas para un planeta sostenible”.
Y termina con una oscura predicción y una frase enigmática. “En las próximas dos décadas, las megamenazas provocarán una colisión titánica de fuerzas económicas, financieras, tecnológicas, medioambientales, geopolíticas, sanitarias y sociales. Cualquiera de ellas es formidable. Si convergen, las consecuencias serán devastadoras. Para resolverlas es necesario un ajuste cuántico para todos los habitantes de la Tierra”.