Foto. Lauro de Freitas
Jokin Mendizábal, desde Buenos Aires
Lula, el obrero metarlúrgico, a quien la derecha difamó hasta las náuseas, encarceló en su punto más alto de popularidad para evitar que fuera elegido presidente otra vez y acusó de delincuente, mentiroso y corrupto en el último debate electoral con el neofascista Bolsonaro, ha vuelto a ser elegido presidente por los trabajadores y el pueblo brasileño por tercera vez.
Esta victoria recorre toda América Latina inclinando la balanza a favor de la lucha de los pueblos demostrando que el mal llamado “fin de ciclo latinoamericano” no era tal. Las salidas del gobierno de Dilma Rousseff y Evo Morales, mediante métodos golpistas; del gobierno peronista en argentina debido principalmente a sus divisiones internas y errores políticos, y la traición de Lenin Moreno en Ecuador provocando el exilio de Rafael Correa, no supusieron un “cambio de época” como tantos analistas proimperialistas corearon a varias voces. Aquellos cambios de gobierno fueron el resultado de enormes esfuerzos ejecutados por las fuerzas reaccionarias dirigidas desde Washington y acompañados servilmente desde los gobiernos de la Unión Europea. América Latina posee demasiadas riquezas como para dejarlas en manos de gobiernos poco confiables como los que habían mandado el ALCA ¡al carajo!
La historia la hacen los pueblos, otra cosa es quién la escribe y sobre todo cuál de esas versiones es la más difundida y machacada hasta imponerla, aunque sea por un tiempo, entre las mayorías populares. Pero en este caso el pueblo, o una mayoría, ha vuelto a recuperar la iniciativa y ha reconectado con su historia y con el líder que más hizo por él en toda la historia de Brasil. Lula impulsó el proceso más rápido y masivo de lucha contra el hambre logrando que 36 millones dejaran de sufrirla y pudieran comer tres veces al día, o que millones de sus hijos llegaran a la universidad, o que la electricidad llegara a sus casas, y sin hablar de los millones de brasileños que pudieron viajar de vacaciones por primera vez. Brasil llegó a ser la sexta economía del mundo con Lula y Bolsonaro la dejó caer al puesto número 17.
Lula ha dicho en su campaña y repetido en su discurso como presidente electo que “el pueblo brasileño quiere vivir bien, comer bien. Quiere un buen empleo, un salario elevado por encima de la inflación, quiere salud y educación pública de calidad”. Este es su programa. Estos son los objetivos de Lula y eso es lo que ha votado la mayoría de sus votantes. La pregunta es si podrá lograr esta vez lo mismo que en su gobierno anterior. Hasta ahora en Argentina el gobierno de Alberto Fernández no está logrando ganar la pelea ni contra el hambre, ni contra la inflación ni contra el desempleo, ni contra la falta de vivienda, ni contra la caída en el servicio de salud, ni siquiera contra la masiva fuga de capitales y las exportaciones ocultas en los barcos que burlan los controles del estado. En Perú, su presidente, elegido hace un año, sufre los ataques de la derecha que busca desalojarlo del poder cuanto antes. En Chile Gabriel Boric, el presidente surgido del movimiento estudiantil viene decepcionando desde casi el comienzo de su mandato. El tercer aniversario del levantamiento chileno del 18 de Octubre de 2019 se convirtió en una jornada de protesta contra el gobierno donde los manifestantes tomaron las calles a pesar de que las direcciones del Partido Comunista y del Frente Amplio llamaron a sus militantes y simpatizantes a no asistir.
El proceso político que se está desarrollando ahora en América Latina está plagado de muchos peligros. Tenemos ejemplos en donde se demuestra que se pueden hacer cosas muy importantes como en Bolivia, y ejemplos donde los dirigentes que fueron elegidos con el voto popular se acobardan frente a las presiones del FMI y los grandes empresarios nacionales e internacionales que controlan una economía fuertemente concentrada, como en Argentina.
Brasil, con la victoria de Lula viene a añadir volumen a la lucha obrera y popular en el continente. Pero el período anterior en el que el mapa latinoamericano estaba teñido de gobiernos que trataron, y en buena medida lograron, de conseguir mejoras para sus pueblos, nos demuestra que esas victorias electorales no son para siempre. Durante esos gobiernos los empresarios tuvieron ganancias espectaculares. Pero eso no les resultó suficiente. Su avaricia no tiene límites y han decidido gobernar con mano de hierro con sus propios representantes. Como fue el caso de Macri en Argentina o Lasso en Ecuador, o a través de personajes de la derecha dura como en el caso de Bolsonaro. Los niveles de explotación que estos gobiernos de ultraderecha imponen a las clases trabajadoras del continente entran en el territorio del capitalismo más salvaje.
“El pueblo trabajador brasileño tiene que plantearse cómo hacer para que la batalla no la ganen los Gerardo Alckmin sino los Guillermo Boulos y tantos otros dirigentes que vienen luchando en el movimiento y apoyando lo mejor del PT y de Lula.”
Otra vez más en Brasil el pueblo ha vuelto y ha elegido al único líder capaz de concitar el apoyo de una mayoría suficiente para ganarle la partida al fanático de la ultraderecha que ha gobernado Brasil estos últimos años. Pero Lula, el más querido por su pueblo, ha elegido un camino muy peligroso para ganar esta vez. Se ha aliado con Gerardo Alckmin, un hombre que apoyó el impeachment contra Dilma Rousseff cuando era presidenta, el mismo que le dijo a Lula en la anterior campaña presidencial en la que era candidato, que “después de arruinar el país, Lula quiere volver al poder, a la escena del crimen”.
Seguramente Lula ha pensado que esta vez, él, que en 2006 le ganó con el 60% de los votos a su actual vicepresidente electo (y lo dejó fuera de la carrera presidencial), lo iba a necesitar para derrotar a Bolsonaro. La verdad es que nunca sabremos si esto hubiera sido necesario. Los que a simple vista juzguen el resultado de las elecciones donde Lula ganó por menos de dos puntos dirán que sin Alckmin Lula no hubiese ganado. Pero también estamos los que pensamos que con una política basada más en la movilización y en un programa de mayores transformaciones Lula podría haber logrado el triunfo. Ahora este punto pertenece al terreno de la especulación política y tenemos que partir del resultado real para formular una política concreta de ahora en adelante.
Lula nunca se calificó a sí mismo como un revolucionario por lo tanto no le podemos llamar desertor o traidor a las ideas de la revolución. La victoria de Lula es la derrota de Bolsonaro, pero también pone de manifiesto la debilidad que las ideas de una transformación más profunda de la sociedad tienen entre la clase obrera. Hay sectores y organizaciones que las defienden, pero no tienen la fuerza ni la organización suficiente para disputar todavía el liderazgo de la clase obrera. Esta es la realidad.
Lula no está engañando a nadie. Lula está conduciendo a su pueblo lo más lejos que sabe en su lucha por un programa de dignidad, de hambre 0, de educación, vivienda y salud para todos. Este tornero metalúrgico, con menos horas pisando una escuela que cualquiera de los chupatintas que lo critican desde sus poderosos medios de comunicación, ha dado muestras de haber sabido hacer mucho más por los que trabajan que todos los mercenarios de la patronal en la prensa, radio y televisión juntos. Hay que defender las posiciones que él ha logrado y empujar al movimiento para avanzar más allá de los límites que le van a querer imponer incluso desde antes de que le pongan la banda presidencial. El pueblo trabajador brasileño tiene que plantearse cómo hacer para que la batalla no la ganen los Gerardo Alckmin sino los Guillermo Boulos y tantos otros dirigentes que vienen luchando en el movimiento y apoyando lo mejor del PT y de Lula.
Tras la fiesta de la noche electoral todos los votantes de Lula volvieron a sus puestos de trabajo a enfrentarse con los mismos problemas que han estado teniendo con el gobierno de Bolsonaro. De la experiencia de la lucha contra este energúmeno deben sacar las lecciones para no retroceder nunca más y para construir las fuerzas políticas que impidan más maniobras contra los gobiernos populares. El PT necesita su propia reconversión para esta nueva etapa. Lula ha vuelto a abrir la puerta para nuevas luchas. Es hora de que las nuevas generaciones militantes asuman el reto de un nuevo PT para un nuevo Brasil.