Arturo Val del Olmo
La muerte de Nicolás Redondo, este cuatro de enero, remite inevitablemente a periodos decisivos en la lucha de la clase trabajadora. El golpe militar contra la II República conllevó la destrucción de las organizaciones obreras, y Nicolás Redondo, exiliado como “niño de la guerra”, sin madre y con su padre preso, fue el nexo de unión con una nueva generación nacida bajo el franquismo, para quien se convirtió en un referente sindical durante la dictadura, la Transición, y la democracia.
Lo conocí por primera vez en 1.972, siendo yo trabajador de Aranzábal, en alguna de las reuniones que los socialistas celebrábamos en Eibar, o en casa de Lalo o Blanca en Bilbao. Persona seria, cercana, autodidacta, muy castigada por el franquismo, por su actividad en La Naval de Sestao, en la que entró como aprendiz y por su militancia antifranquista, habiendo sido detenido y procesado en numerosas ocasiones, incluso desterrado a Las Hurdes. Para los socialistas alaveses Nicolás Redondo era una referencia nítida, por su prestigio como luchador, su honestidad, y sus posiciones políticas, que conectaban con los orígenes de la UGT, y con posiciones marxistas. De hecho, la delegación alavesa en el Congreso de Suresnes (1974) llevaba el mandato de votar a favor de Nicolás Redondo como secretario general del PSOE, y votó en contra de Felipe González, a pesar de que Nicolás decidió no presentarse.
Por primera vez, desde la II Guerra Mundial, el paro masivo, la inflación, y el estancamiento económico, habían llegado a Europa, afectando a millones de trabajadores y profundizando el giro a la izquierda en la sociedad. La UGT, como sindicato de clase y socialista, luchábamos por mejorar las condiciones de trabajo y restablecer las libertades, pero también por el socialismo, para concentrar los recursos económicos, en manos de muy pocos, y planificarlos en beneficio de la sociedad.
Nicolás Redondo fue elegido secretario general de la UGT el 18 de abril de 1976, apenas un mes después de la masacre de Vitoria, cuando la policía asesinó a sangre fría a cinco trabajadores, e hirió de bala a decenas, para disolver una asamblea obrera. En un Congreso cuya primera decisión fue exigir la libertad de los cuatro delegados por Álava presos en Nanclares y Carabanchel, y la de los demás trabajadores detenidos tras el tres de marzo. Cinco meses después, Nicolás Redondo intervenía ante cinco mil personas, en el Polideportivo de Mendizorrotza de Gasteiz, para hablar del “Pasado y presente del Sindicalismo”. Recibió su primer y unánime aplauso cuando manifestó: “la UGT dice NO al Pacto Social, porque el pacto sería tanto como justificar las injusticias que existen en nuestro país”.
Desde entonces compartimos, yo como secretario general de la UGT de Álava, un periodo difícil en el que estaba todo por conseguir; la libertad sindical, el derecho a la negociación colectiva, una nueva legislación laboral, la devolución del patrimonio sindical, y la ruptura con el franquismo y sus instituciones. Sin embargo, pronto aprendimos que la batalla más decisiva de la Transición se estaba librando en el PSOE, porque los mismos poderes económicos que se habían estado lucrando bajo el franquismo necesitaban ahora a los dirigentes obreros para seguir manteniendo sus beneficios y sus privilegios. En 1.977 los dirigentes de PSOE y PCE firmaban los PACTOS DE LA MONCLOA, básicamente un acuerdo para imponer los mismos topes salariales que habían originado una lucha sin cuartel de millones de trabajadores un año antes. Aunque los dirigentes sindicales no lo firmaron, en la práctica no se opusieron. La deriva hacia la derecha del PSOE era clara, y la subordinación de la UGT creciente. Los dirigentes del PSOE para controlar el partido tuvieron que expulsar a cientos de militantes, y disolver agrupaciones socialistas enteras, como la de Álava, y aun así no pudieron doblegar a la afiliación hasta 1979, cuando se maniobró para abandonar el marxismo y renunciar al socialismo, porque “gato blanco, o gato negro, lo importante es que cace ratones”. Renunciaron a la ruptura democrática con el franquismo, que incluía la “disolución de las instituciones represivas” y el reconocimiento del “derecho de autodeterminación de las nacionalidades ibéricas”, tal y como se había aprobado en el Congreso de Suresnes, apoyaron una ley de amnistía que amparaba a los fascistas, y legitimaron un déficit democrático responsable de que hoy, cuarenta años después, no haya ni verdad ni justicia, para las víctimas del franquismo.
Un proceso que afectó a la UGT que en 1.981 firmaba el ACUERDO NACIONAL DE EMPLEO (ANE), un nuevo pacto social para reducir los salarios y mantener la “paz social” con el argumento de que la patronal crearía puestos de trabajo y se frenaría la inflación. La UGT de Álava nos opusimos a este proceso con todas nuestras fuerzas lo que provocó que desde la dirección del PSOE intentaran acallarnos para silenciar las críticas a políticas lideradas por ministros como Boyer y Solchaga, claramente de derechas. A pesar de la resistencia de Nicolás Redondo, que valoraba nuestro trabajo y respetaba nuestras ideas, consiguieron que se disolviera la UGT de Álava en diciembre de 1983.
Tardaría Nicolás Redondo en romper su fidelidad con el PSOE, defender la autonomía sindical y política de la UGT, y combatir la política económica y social del gobierno socialista. En 1985 rompería la disciplina del grupo socialista al votar en contra de la primera reforma de las pensiones, al pasar de dos a ocho años para el cálculo de la base reguladora, pero la UGT no apoyó ninguna respuesta.
En 1.987 la lucha de tres millones de estudiantes de Enseñanzas Medias durante dos meses y medio, dirigidos por el SINDICATO DE ESTUDIANTES, consiguió una victoria sin precedentes, concretada en medidas tangibles para mejorar la enseñanza en beneficio de las familias trabajadoras. Una lucha que cambio de raíz el ambiente en las fábricas. En octubre del año siguiente, el llamamiento del Congreso del SE a los dirigentes de UGT y CCOO, para responder con una huelga general al PLAN DE EMPLEO JUVENIL diseñado por el Gobierno Socialista, se concretaría el 14 de diciembre en una huelga histórica en la que participaron más de diez millones de trabajadores y estudiantes. Una huelga que rompió amarras entre la dirección de UGT y la del PSOE, y estrechó la unidad de acción entre los grandes sindicatos de clase.

Nos vimos por última vez con Nicolás Redondo en 1.994, cuando rubricaba, como secretario general de la UGT, la integración de la UST de ALAVA, un sindicato provincial que durante diez años nos permitió seguir defendiendo los intereses de la clase trabajadora y las ideas del socialismo.
Han pasado casi treinta años desde entonces, y la persistencia de los dirigentes de UGT y CCOO en la política de “pactos sociales”, o “pactos de rentas”, no han impedido el retroceso en las condiciones laborales y sociales, ni el aumento de la precariedad, la desigualdad, y la pobreza. Ahí está el Pacto Social para recortar las pensiones públicas, firmado en 2.011, o el último sobre la reforma laboral, que deja intactas las facilidades para despedir rápido y barato, las subcontrataciones en cadena, o que las empresas se puedan descolgar de los convenios, o modificar salarios, jornada, u horarios, unilateralmente y sin trabas administrativas. Hay que confrontar y desenmascarar las políticas patronales que utilizan el llamado “dialogo social” como coartada, y reivindicar que sectores estratégicos para la sociedad, como la Banca o las Energéticas, pasen a control público y sirvan a las necesidades sociales, porque bajo el capitalismo no es posible garantizar un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes, y totalmente libres, en palabras de Rosa Luxemburgo.