Revolución y contrarrevolución en España

18 Jul, 2016 | Marxismo

«…La clase obrera española, como es verosímil que sucediese en Inglaterra, no se opuso a Franco en nombre de la “democracia” y del estatu quo; su resistencia fue acompañada, aunque mejor sería decir que consistió, de un verdadero estallido revolucionario».

George Orwell – Homenaje a Catalunya (Capítulo V, pág. 52)

Jordi Escuer

Lo primero que advierte quien se fija atentamente en el alzamiento militar del 18 julio de 1936, contra la IIª República española, es que no fue una sorpresa para casi nadie. En realidad, la andadura republicana de poco más de seis años se dirigía hacia ese desenlace.

El Frente Popular había vencido en las elecciones de febrero de ese mismo año. Los dos principales líderes del pronunciamiento, los generales Mola y Franco, le habían propuesto la anulación de los resultados electorales al jefe de Gobierno, Portela Valladares. Durante los siguientes cinco meses, los preparativos del alzamiento serían un secreto a voces.

Sin embargo, el gobierno republicano presidido por Manuel Azaña no tomaría ninguna medida seria para prevenir los planes reaccionarios. Apenas tuvo noticias del inicio de la sublevación, el 17 de julio, el Gobierno ocultó deliberadamente la gravedad de los hechos a las masas. Nombrado precipitadamente un nuevo gabinete de signo más derechista, con el republicano Martínez Barrios al frente, éste inició conversaciones con los generales golpistas para llegar a un acuerdo con ellos. Tras el fracaso de esas negociaciones, en pocas horas, se formaría un nuevo gabinete presidido por otro republicano, José Giral.

Al atardecer del 18 de julio, mientras las masas reclamaban armas, Radio Madrid «anunció que el alzamiento había sido aplastado en todas partes, incluso en Sevilla»(1). Esa información le daba el Gobierno al pueblo, mientras le proponía al general Mola su entrada en el gabinete a cambio del cese de la sublevación. ¿Irresponsabilidad? ¿Incompetencia? Nada de eso. La actuación de los políticos republicanos fue coherente con sus intereses de clase, temían más a la clase obrera que a los militares sublevados. Por eso, se resistieron hasta el último minuto a entregar armas a las organizaciones obreras. «La única fuerza capaz de resistir a los rebeldes era la de los sindicatos y los partidos de izquierdas. Pero, para el gobierno, utilizar esa fuerza significaba aceptar la revolución»(2).

LA REPÚBLICA

Los mismos generales que se alzaban en armas contra la República, habían reprimido bajo sus órdenes a los mineros asturianos en octubre de 1934.

La oscura época que vivieron las masas bajo la cruel dictadura de Franco, iluminó una imagen idílica de la República que no se correspondía con la realidad. La mayoría de los obreros y campesinos pobres recibió con ilusión su advenimiento, el 14 de abril de 1931. Esperaban de ésta una transformación de sus duras condiciones de existencia. Con ella llegaría el fin de la opresión, la injusticia, el desempleo, la miseria… pero nunca fue así.

Tras la reluciente fachada de la República de «trabajadores de todas las clases», latían agudos antagonismos de clase que no habían desaparecido con la odiada monarquía de Alfonso XIII. La burguesía española hubo de aceptar el régimen republicano por el temor que le inspiraba la acción de las masas, pero nunca iba a renunciar a defender sus intereses de clase. Y las dolencias del pueblo humilde sólo podían sanar a costa de los privilegios de la burguesía.

La tierra era el primer y más lacerante problema de la sociedad española. Los campesinos pobres reclamaban una Reforma Agraria que les diera la tierra con que ganarse la vida. La revolución francesa fue capaz de darles las tierras a los campesinos, a finales del siglo XVIII. Pero la burguesía española del siglo presente no podía hacer nada de eso. La mayoría de los grandes propietarios eran burgueses y no nobles. Muchos líderes republicanos eran propietarios de tierras. Nunca iban a desprenderse de sus propiedades voluntariamente.

De ahí que el nuevo gobierno republicano realizase una Reforma Agraria que apenas varió nada las condiciones de existencia de los campesinos, manteniendo intacta la inmensa mayoría de grandes propiedades. Los campesinos pobres continuaron sumidos en la miseria y cuando se rebelaron contra ella ocupando las tierras sin cultivar de los latifundistas, recibieron el mismo trato que les dispensaba la monarquía: a tiro limpio. Decenas de jornaleros fueron asesinados y encarcelados por la Guardia Civil y la Guardia de Asalto republicanas (Yeste, Casas Viejas…).

Los obreron padecieron un desempleo creciente, mientras sus luchas eran reprimidas como antaño. El sindicato más importante por el número de sus militantes y su tradición de lucha, la CNT, era perseguido e ilegalizado por el nuevo régimen. Miles de obreros dieron con sus huesos en las cárceles de la República.

EL FRENTE POPULAR

La profunda decepción de las masas después de los primeros tres años de experiencia republicana, con el gobierno de la coalición republicano-socialista, allanó el camino al poder de la derecha (los liberales de Lerroux y la CEDA de Gil Robles). Ese periodo será recordado como el Bienio Negro, nombre que definiría muy bien la dureza de su represión contra las masas. El rechazo que generó su política reaccionaria llevó a éstas a votar por el Frente Popular.

¿Qué era? Se trataba de una coalición de varios partidos republicanos (Izquierda Republicana y Unión Republicana) con organizaciones obreras (PSOE, UGT, PCE, Partido Sindicalista y el POUM). El programa frente populista rechazaba explícitamente la nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos, la nacionalización de la banca y el control obrero de la economía. Ni tan siquiera aceptaba la creación de un subsidio de paro para los obreros sin trabajo (800.000 en cifras oficiales). ¿De qué sirvió el compromiso con quienes se oponían a las únicas medidas que realmente podían transformar la situación de las masas?

La coalición con los partidos republicanos suponía la renuncia de los partidos obreros a defender un programa socialista, como es evidente. De esa forma, los republicanos actuaban como un Caballo de Troya en el movimiento obrero, torpedeando desde dentro la lucha por la transformación socialista de la sociedad. A la vez, se convertía en la excusa de la que se valían los dirigentes obreros para renunciar a la revolución, manteniendo una política reformista.

Sembrar ilusiones en la posibilidad de que la República pudiese resolver, total o parcialmente, los problemas que más preocupaban a las masas era contribuir a crear confusión. Éstas se daban perfecta cuenta por su dura experiencia cotidiana de que eso no era así y no se hacían ilusiones con la República. Habían conocido sus cárceles, el paro, el hambre… y no era más dulce que en el viejo régimen. Pero sus dirigentes se empeñaban en continuar la política de colaboración con la burguesía.

La explotación y la miseria hundían sus raíces en el capitalismo. El desempleo y la miseria se agudizaban en todos los países capitalistas, empezando por los más desarrollados. Las luchas obreras se extendían y profundizaban en todos aquellos países donde el fascismo no se había adueñado del poder. En realidad, el fascismo no era más que el último recurso de la burguesía para aplastar a un movimiento obrero que amenazaba sus privilegios.

Los republicanos españoles no podían ofrecer nada sustancialmente mejor a las masas. Muchos de ellos eran empresarios y no iban a tomar medidas contra el capitalismo porque ese era su sistema. Las organizaciones obreras debían formar un frente unido, pero independiente de las organizaciones republicanas y defender medidas socialistas. Las masas se habrían sentido plenamente identificadas con él y lo hubieran apoyado con mayor entusiasmo que al Frente Popular.

EL ALZAMIENTO FRANQUISTA

La sublevación militar era la evidencia de que el capitalismo era incapaz de resolver los problemas de las masas. La mayoría de la burguesía española había llegado a la conclusión de que la única manera de mantener su dominio social era con una dictadura. No temían a Azaña, a Barrios o Prieto, pues sabían que ellos jamás recorrerían la senda de la revolución. Lo que les preocupaba era la actitud de la clase obrera y los campesinos, que ya no esperaban que el Gobierno republicano les concediera nada que no lograran con su lucha.

Antes de que se aplicase el método propuesto por el Gobierno del Frente Popular, las masas impusieron la readmisión de todos los despedidos por motivos políticos. Por la fuerza, liberaron a las decenas de miles de compañeros detenidos y comenzaron a ocupar miles de hectáreas de tierras sin cultivar. La burguesía comprendió que la República era incapaz de contener a las masas. El general Mola se lo explica con claridad a Martínez Barrios, cuando este último le propuso que entrase en el Gobierno republicano en los inicios del alzamiento: «El Frente Popular no puede mantener el orden —respondió Mola—. (…) Lo que usted me propone ahora es imposible. (…) Todo el mundo está dispuesto para la batalla. Si ahora digo a estos hombres que he llegado a un acuerdo con usted, la primera cabeza que caería sería la mía. Y a usted le ocurriría lo mismo en Madrid. Ninguno de los dos puede controlar a sus masas»(3).

De hecho, cuando la gente supo que Martínez Barrios había sido puesto al frente del Gobierno, la palabra coreada en la calle fue «¡Traición!»(4).

COMIENZA LA REVOLUCIÓN

Los militares sublevados esperaban triunfar rápidamente, pero algo escapó a sus cálculos: la reacción de la clase obrera. Marx dijo que, en ocasiones, la contrarrevolución actua como espuela de la revolución y eso fue lo que sucedió el 19 de julio. Tal y como decía Orwell, la clase obrera respondió al fascismo iniciando la revolución. Reproducimos unas palabras suficientemente significativas del historiador Gabriel Jackson:«… La sublevación fracasó en las principales ciudades industriales. (…) En Barcelona y Madrid, las milicias obreras parcialmente armadas ahogaron el levantamiento (…). En la marina, los marinos izquierdistas encarcelaron o fusilaron a los oficiales que pretendían sumarse a la sublevación, y, en el plano de la oficialidad, las fuerzas aéreas eran la más republicanas de las tres ramas militares.

«Para el 20 de julio, la resistencia de la clase obrera había convertido un pronunciamiento frustrado en una guerra civil revolucionaria. En Barcelona, Valencia y Madrid, la CNT y la UGT colectivizaron una gran proporción de las empresas industriales y de servicios (…) En cuanto a las tierras de cultivo del interior, menos prósperas, tanto en Catalunya como en Aragón, las dos Castillas y Andalucía, fueron colectivizadas en su mayoría. Los comités del Frente Popular se hicieron dueños de pueblos, barrios y vías de comunicación, y empezaron a desempeñar funciones de vigilancia en las fronteras. Pasaron por las armas a numerosos caciques, guardias civiles, empresarios odiados y sacerdotes. Directores de empresa, ingenieros, funcionarios de Hacienda y empleados técnicos de toda clase empezaron a colaborar con los comités proletarios, en mayor o menor grado, de buena gana o bajo intimidación. La Generalitat y el gobierno de Madrid facilitaban pasaportes a las personas cuya vida corría peligro por el solo hecho de su posición de clase. Se autorizó a las embajadas extranjeras a adquirir otros edificios para poder albergar a los millares de conservadores que se sentían amenazados por el Madrid revolucionario».(5)

La fuerza de la revolución fue arrolladora. Las propias direcciones del movimiento obrero, particularmente la dirección del PSOE y el PCE, que habían permanecido pasivas a la espera de los acontecimientos, fueron arrastradas por la iniciativa de las masas. Los líderes republicanos asistían impotentes e indignados al desarrollo de la revolución que tanto temían. El propio Companys, presidente de la Generalitat, dirigiendose a la CNT dejó un testimonio de ello en aquellos primeros días:

«Vosotros habéis sido perseguidos severamente y yo, con mucho dolor pero forzado por la realidad política, yo, que una vez estuve con vosotros, más tarde me vi obligado a oponerme a vosotros y perseguiros. Hoy vosotros sois los amos de la ciudad y de Catalunya, porque vosotros solos vencisteis a los soldados fascistas. Espero que no os parezca desagradable que yo os recuerde ahora que no os faltó la ayuda de los pocos o muchos hombres de mi partido y de la Guardia… Habéis vencido y todo está bajo vuestro poder. Si no me necesitáis o queréis como presidente decídmelo ahora, y yo me transformaré en otro soldado de la lucha antifascista. Si, por el contrario me creéis cuando os digo que sólo abandonaré este puesto al fascismo victorioso de muerto, quizás, con mis camaradas de partido y mi nombre y prestigio, yo puedo serviros»(6).

Companys reconocía, impotente, la revolución. Ahora se trataba de ganar tiempo para iniciar la obra de socavarla y terminar con ella.

DOBLE PODER

El bando republicano quedaría dividido desde un principio en dos poderes: los restos del Estado burgués republicano y el embrión de un nuevo Estado obrero. El primero está completamente maltrecho, pues la mayor parte de sus efectivos son precisamente los sublevados. Es incapaz de impedir la arrolladora eclosión del segundo. Las colectividades, las milicias, los comités antifascistas eran la base de ese Estado obrero. Era necesario desarrollarlo en toda su extensión, pues mediante él sería posible la centralización del ejército miliciano y de la producción económica.

El modelo a seguir lo brindaba la experiencia de la Unión Soviética en sus primeros años, antes de que la burocracia convirtiera a los soviets en papel mojado. Los soviets eran comités de obreros, elegidos directamente en las asambleas de fábrica. Sus miembros eran revocables en cualquier momento por sus electores, ante los que debían rendir cuentas de su labor, y percibían el mismo salario que cualquier otro trabajador. Los soviets no sólo aparecieron en la revolución rusa, sino en la Alemana de 1918…

El equivalente a un soviet en el Estado español debían ser los comités de obreros, de soldados y campesinos pobres. Se trataba de que cada fábrica, cada colectividad campesina y cada unidad de las milicias, eligiera comités de esas mismas características, que serían dominadas por un partido obrero u otro en función del apoyo que conquistaran sus ideas y, al tiempo, le permitirían organizarse. Esos comités elegirían, a su vez, sucesivos comités óde sector, ciudad…ó hasta un comité central estatal, que ejercería la labor de gobierno, y cuyos miembros serían revocables por el foro que los eligió.

Así sería un régimen de democracia obrera, un sistema mucho más justo y representativo que el parlamentarismo burgués. Los comités reflejarían mucho más fielmente que cualquier parlamento, los intereses y aspiraciones de las masas, Una organización revolucionaria buscaría lograr la mayoría dentro de esos comités mediante la explicación paciente de sus ideas y la lucha al lado de las masas.

La cuestión estriba en que semejante labor implica cavar la tumba de la vieja República burguesa. La situación de doble poder no iba a poder mantenerse demasiado. Nunca ha sucedido así históricamente. Si el Estado obrero no se consolidaba, el viejo Estado burgués recuperaría el poder y destruiría la revolución. La Comuna de París de 1871, la revolución rusa de 1905, la revolución alemana de 1918, entre otras, daban buena prueba de lo que decimos.

Los dirigentes obreros iban a ser incapaces de resolver esa situación en beneficio de la clase obrera. En lugar de aplicarse a la tarea que hemos descrito van a seguir la senda contraria. Largo Caballero, líder del ala mayoritaria y más de izquierdas del PSOE, será elegido presidente del Gobierno de la República. A él se incorporarán cuatro ministros anarquistas. Desde luego, era un Gabinete que reflejaba el ascenso del movimiento obrero y fue visto con enormes simpatías por las masas. Pero, como no podía ser de otra manera en un gobierno de la República, se mantenían en él los republicanos. El propio Giral siguió de ministro. Largo Caballeró explicó claramente el programa del Gobierno:

«Este gobierno ha sido constituido, tras la previa renuncia de los que lo formamos a defender nuestros principios y tendencias particulares para permanecer unidos en una sola aspiración: defender a España en su lucha contra el fascismo»(7).
Una vez más, las direcciones del movimiento obrero renunciaban a una política revolucionaria para supeditarse a los políticos republicanos. La experiencia iba a demostrar la imposibilidad de participar en un gobierno burgués y construir un Estado obrero.

LAS MILICIAS

Las milicias formadas por los sindicatos y partidos obreros fueron la única fuerza que se opuso a las tropas sublevadas. Muchos de quienes luego las ridiculizaban, ensalzando al nuevo Ejército Popular, no recordaban que éste pudo formarse en la retaguardia gracias a la presencia miliciana en el frente. Las milicias eran el principal pilar de la fuerza de la revolución, pues no eran ni más ni menos que el pueblo en armas. Si los republicanos querían recuperar el control debían desarmar a las organizaciones obreras y para ello necesitaban construir un ejército bajo el mando de oficiales republicanos. La acusación proferida contra las milicias de que eran indisciplinadas sólo fue una excusa para facilitar esa tarea.

La disciplina sólo puede surguir de dos maneras: mediante el temor al castigo o mediante el autoconvencimiento de su necesidad. Las milicias eran indisciplinadas en un comienzo, como no podía ser de otra manera. El castigo en caso de desobediencia sólo era el último recurso. Antes, el oficial debía convencer al miliciano de sus razones para dar una determinada orden. No hay duda de que se trata de un procedimiento lento, pero no lo es menos convertir a un ser humano en un autómata a fuerza de castigos y amenazas.

Los oficiales debían ganarse su autoridad a pulso. Esa clase de disciplina es muchísimo mejor pero sólo puede permitírsela un ejército revolucionario. El miliciano no ejerce de cancerbero de los poderosos, sino que arriesga su vida para lograr una sociedad distinta, que no era precisamente lo que le había ofrecido el régimen republicano. Además, oficiales revolucionarios no temen someterse al refrendo de sus soldados ni quieren una tropa de autómatas.

Se argüía la necesidad, sin duda cierta, de centralizar el mando de las milicias. Pero eso podía hacerse merced a la elección de comités de soldados en la forma que describíamos anteriormente.

Algunos sonreirán y dirán que eso es imposible. La disciplina con que los milicianos se comportaron en el frente demuestra que eso era viable. Incluso cuando llegaron noticias de la represión gubernamental contra sus compañeros en la retaguardia, las fuerzas milicianas se mantuvieron en sus puestos. Su actitud contrastaría con los métodos despóticos, irresponsables, frívolos y, en no pocas ocasiones, traidores de «héroes» como Miaja, Casado, Pozas, Asensio y otros «grandes» militares de la República. Desde luego, hubo oficiales del antiguo ejército republicano que se batieron valerosamente contra el fascismo. Pero al arrebatarse el control del ejército a las organizaciones obreras, al volver a la antigua jerarquización, a las diferencias salariales, se hizo imposible un control político del Ejército Popular. En su seno existía el terreno propicio para que prosperaran los elementos más reaccionarios. Pero ese era el precio por reconstruir un nuevo Ejército burgués y destruir las milicias obreras y campesinas, que era el objetivo de los republicanos.

LAS COLECTIVIZACIONES

Sosten del alzamiento franquista, la mayoría de la gran burguesía huyó. Los ejecutivos de las empresas extranjeras, o con capital extranjero, también hicieron las maletas. Los trabajadores tenían el poder y comenzaron a organizar la producción con sus propios medios. De ahí surge la colectivización agraria e industrial.

Por fin, los campesinos pobres eran los dueños de la tierra. La mayoría iba a optar por la colectivización, en contra de la voluntad de los republicanos y de la dirección del Partido Comunista. Enrique Líster, miembro del PCE y comandante del V Regimiento, dirigió la disolución del Consejo de Aragón por la vía de las armas, cuando así lo decretó el gobierno republicano de Negrín. Líster afirmó en sus escritos que mientras los líderes de este consejo nadaban en la abundancia óla mayoría eran anarquistasó, el trabajador vivía «sometido a una tiranía inhumana infinitamente peor que antes de la revolución anarquista (…) Los aragonese conocieron óbajo el Consejoó el terror como instrumento de autoridad y el crimen organizado (…) Los enemigos de toda dictadura establecieron una autoridad infinitamente peor, en cuanto a métodos terroristas, que los gobiernos más reaccionarios»(8). Resultan sorprendentes estas opiniones, por lo cínicas, cuando Stalin había realizado la colectivización forzosa del campo en la URSS, pocos años antes y con métodos más que autoritarios.

¿En qué consistió la «bárbara» colectivización de las tierras? Uno de los lugares donde este proceso alcanzó mayor desarrollo fue en Aragón. Las tierras aragonesas habían sido ocupadas por los fascistas al inicio de la contienda. Las milicias obreras de Catalunya, predominantemente de la CNT, recuperaron gran parte del territorio en poco tiempo, y uno de los factores que contribuyó a que lo lograran fue su actuación revolucionaria en cada población que liberaron. Cuando entraban en un pueblo, las milicias destruían los registros de propiedad y promovían la elección de un comité del pueblo que decidía en qué forma quería explotar la tierra. La Federación de Colectividades de Aragón, cuando celebró su primer congreso en febrero de 1937, agrupaba a 450 municipios colectivizados. Unos 350 de manera total, mientras que en el resto persistían formas de explotación individuales. Lo que estaba prohibido era la contratación de mano de obra asalariada. La Federación acogía a unas 141.000 familias que suponían un 70% de la población, «cuya integración en la colectividad fue, por lo general, muy intensa»(9).

La colectivización agraria en el bando republicano alcanzó a un 60% de la tierra cultivable. En Toledo, el 80% de los campesinos se adhirió a las colectividades.

Habituados a trabajar de jornaleros —incluso teniendo tierras, pues no les daban lo suficiente para vivir— los campesinos pobres vieron la colectivización como un modo más racional de aprovechamiento de la tierra. Mediante su unión en colectividades, sabían que si venía un mal año, contarían con el apoyo del resto de ellas. Aunque la formación de las colectividades corrió a cargo, sobre todo, de la CNT también numerosas de ellas fueron creadas por la UGT. Hay que añadir, que la propiedad privada nunca desapareció sino que cohexistió con las colectivizaciones hasta que éstas fueron eliminadas por el gobierno republicano.

¿Fueron un desastre las colectivizaciones? Hay muchos testimonios que avalan lo contrario. Sólo citamos uno de ellos, y no de un anarquista: «Podemos concluir que desde el punto de vista económico tan sólo escasas colectividades pueden considerarse un fracaso absoluto, a pesar de las graves dificultades a que hubieron de hacer frente (…) Además de sus aspectos económicos, las colectividades agrarias lograron éxitos muy notables en el campo social y en el educacional. Programas de alfabetización o capacitación técnica se realizaron prácticamente en todas ellas (…) No cabe duda de que las colectividades abrieron a una buena parte de la población agraria de la zona republicana las puertas a una mejora económico-social. Las más importantes transformaciones en los sistemas de aprovechamiento de tierras, las medidas de racionalización económica, las mejoras en la estructura agraria y la intensa mecanización del campo son partidas todas que deben incluirse en su haber»(10).

LA INDUSTRIA

El proletariado catalán fue el que más lejos llegó en el terreno de las colectivizaciones de empresas. Un ejemplo ilustrativo de lo que supuso, lo tenemos en los tranvías de Barcelona, colectivizados por el Sindicato del Transporte (CNT), a los pocos días del pronunciamiento. Su gestión se puso en manos de comités elegidos por las secciones de la CNT en la empresa. Conviene tener en cuenta que 6.500 trabajadores, de 7.000 que tenía la empresa, estaban afiliados a este sindicato.

Paralizado tras los combates, el servicio se rehizo inmediatamente. En poco tiempo aumentó el número de coches en circulación, se disminuyeron las tarifas, se aplicaron constantemente mejoras técnicas y se incrementaron los sueldos, reduciendo drásticamente las diferencias salariales entre las distintos tipos de trabajadores. El número de pasajeros aumentó y, a pesar de efectuar nuevas inversiones y pagar mayores sueldos, la empresa vio crecer sustancialmente sus ingresos, sin incurrir en pérdidas. Ese fue el resultado combinado de la supresión del beneficio de los accionistas y los altos salarios de los ejecutivos, con la mejor gestión de la empresa y el esfuerzo de los obreros, deseosos de demostrar que eran capaces de hacer que las cosas marcharan bien(11).

Esa fue la tónica general. «Las relaciones económicas enseñan que pese a la falta de materias primas (casi el 25% de las fábricas no tenían suficientes) hubo grandes adelantos, ya que 19 empresas (el 38%) se perfeccionaron»(12).
La experiencia colectivista fue un destello que alumbró las enormes posibilidades de una planificación democrática de la economía, por parte de los propios trabajadores. Los obreros catalanes nos legaron la prueba tangible de que el socialismo es posible.

El primer flanco débil de la colectivización fue su realización en forma de unidades autogestionadas, aisladas unas de otras. Los comités que dirigían las fábricas debían de haber sido elegidos por la asamblea del conjunto de los trabajadores, independientemente de su filiación sindical. Esos comités debían servir de base para la organización a nivel estatal, tal y como explicamos un poco más arriba.

El segundo, que no se extendió al conjunto de los grandes recursos económicos ni en toda la zona republicana. La Banca continuó siendo privada y el Tesoro continuó en manos del Gobierno de la República, que usaría ese control de los recursos financieros ócuantiosos al inicio de la guerra civiló para estrangular la colectivización mediante un selectivo racionamiento de los créditos.
El ministro de Industria durante el gobierno de Largo Caballero, era el anarquista Juan Peiró. El Consejo de Economía de la Generalitat también era dirigido por la CNT, con Diego Abad de Santillán como consejero del ramo. Su política subordinó las colectivizaciones al Estado republicano, y cuando ellos cayeron con el gabinete de Largo Caballero, fueron sustituidos por ministros republicanos y estalinistas que usaron su posición para terminar definitivamente con las colectivizaciones.

La Generalitat había autorizado las colectivizaciones en un decreto de octubre de 1936. Incapaz de oponerse trató de encauzarlas para, cuando fuese posible pasar a su desmantelamiento, como sucedió. El decreto colocaba bajo supervisión del Consejo Económico de la Generalitat las colectivizaciones. Se imponía la presencia de interventores de este organismo y se consideraba a los miembros de los comités que las gestionaban, fijos por dos años. Los trabajadores del Textil, el sector más importante de la industria catalana, se negaron a la presencia de los interventores. La Generalitat dejó de comprarles la tela para los uniformes del nuevo Exércit Popular y las adquirió en Francia.

A lo largo de los meses siguientes, conforme el Estado republicano se fue sintiendo más fuerte, las empresas colectivizadas irían cayendo bajo su dirección. La consigna de nacionalización le serviría al Estado burgués para arrebatar las empresas a los trabajadores, que en muchas ocasiones acabarían retornando a manos de sus antiguos propietarios. «El acrecentamiento del poder del Estado republicano fue paralelo al debilitamiento del fenómeno colectivizador»(13).

LA POLÍTICA DEL PCE

El Partido Comunista tuvo su mayor desarrollo precisamente durante la guerra civil. La memoria de la revolución de Octubre de 1917 en Rusia, el apoyo militar de la URSS, la organización de las brigadas internacionales, eran razones para que el PCE recibiera un gran apoyo y su militancia creciera enormemente, despertando grandes ilusiones. Su postura «Primero la guerra, después la revolución», parecía muy lógica, pues si la guerra se perdía significaba el fín de cualquier posibilidad de revolución. Pero, ¿cómo se podía ganar la guerra? ¿Cómo se iba a usar ese caudal de entusiasmo que genera el PCE?

Stalin dirige una carta a Largo Caballero en la que le recomienda promulgar decretos agrarios y fiscales a favor de los campesinos, evitar confiscaciones de bienes que puedan suscitar la hostilidad de burgueses pequeños y medios, garantizar la libertad de comercio, asegurarse el apoyo activo del presidente de la República, Azaña, y de su grupo republicano: «Esto es también necesario para impedir que los enemigos de España vean en ella una República comunista y prevenir así su intervención declarada, que constituye el peligro más grave para los intereses de la España republicana»(14). Ese programa que describe Stalin, supone un enfrentamiento frontal con la revolución española, que había tomado la senda del socialismo. ¿Cómo prentender el apoyo de unos republicanos que ya habían demostrado con creces que temían más a la clase obrera que a los generales fascistas? Si la clase obrera ya había empezado a transformar la sociedad, adueñándose de muchas empresas, creando milicias, ¿por qué no aprovechar la experiencia rusa para darle un pleno carácter socialista a la revolución? ¿Qué podía ayudar más a la URSS que una nueva revolución socialista que animase a las masas de todo el mundo con su ejemplo?

Hasta 1935, la Internacional Comunista se opuso a cualquier frente con las organizaciones socialdemócratas a las que consideraba «socialfascistas». Esta política, denominada del «Tercer periodo», tuvo fatales consecuencias al romper la posibilidad de la unidad de acción contra la reacción, y el ascenso de Hitler al poder fue prueba de ello. Las directrices de la Comintern dan un brusco giro entonces y se pasa al ferviente apoyo de la política de Frentes Populares. Ahora había que pactar con la burguesía «progresista» para luchar contra el fascismo. Saltaban de la sarten al fuego.

¿A qué obedecía el cambio? La política de la Comintern estaba completamente sometida a los dictados del Partido Comunista de la Unión Soviética y, éste, a los de Stalin. El líder soviético ómás cierto sería decir anti-soviéticoó representaba los intereses de la nueva casta burocrática que, ya entonces, se adueñó del poder. Los conocidos procesos de Moscú, las purgas, supusieron la aniquilación física de la mayor parte de los viejos bolcheviques que habían dirigido la revolución de Octubre. La propia Krupskaia escribió que, de haber vivido, Lenin ósu maridoó hubiera terminado sus días en la cárcel.

La Comintern había sido creada como el partido de la revolución mundial, pero con Stalin se convirtió en un instrumento de su política exterior. Poco amiga de revoluciones que podrían alentar a las masas rusas a ajustarle las cuentas, la burocracia prefería llegar a acuerdos diplomáticos con la burguesía. En esos momentos, ante la Alemania de Hitler, Stalin quería llegar a un acuerdo con las burguesías francesa y británica. Por ello, se oponía a cualquier «veleidad» revolucionaria que asustase a quienes quería por aliados.

Para llevarlo a cabo resucitaron teorías acerca del carácter democrático burgués de la revolución española, razón por la cual había que unirse a los republicanos y renunciar al socialismo. Esas teorías habían sido defendidas por los mencheviques rusos y a ellas se había opuesto el propio Lenin y, tras el debate de sus Tesis de abril, el conjunto del partido bolchevique. Al no ser aceptadas en la práctica sus teorías por la mayoría del proletariado español, Stalin no dudó en tomar las medidas que hicieran falta para abortar el desarrollo de la revolución española, incluida la intervención de su policía secreta, la GPU.

Sin duda muchos militantes comunistas creían firmemente que con su política servían de la mejor manera posible a la causa de la revolución. El propio Orwell relata como los milicianos de PSUC con los que convivían en el frente, se sonreían al ver las portadas de su prensa acusando a los milicianos poumistas y anarquistas de ser agentes de Franco.

La política de la dirección del PCE, de hecho, se volvió en su contra. Los mismo generales republicanos que ellos encumbraron, e incluso glorificaron, les traicionarían entregándoles a los fascistas. El general Miaja es el mejor ejemplo de ello. Al combatir la revolución, los dirigentes del Partido Comunista fomentaron que entraran en él numerosos elementos que sólo buscaban una salvaguarda contra los «extremismos», pero que a la primera oportunidad se pasaron al enemigo.

Al combatir la revolución, estaban destruyendo la mejor arma contra el fascismo. León Trotsky dirigió la creación del Ejército Rojo. La guerra civil en Rusia fue afrontada por los bolcheviques en peores circunstancias. A pocos días del alzamiento, Trotsky exponía estas ideas:

«Una guerra civil se hace, como todo el mundo sabe, no sólo con armas miltares, sino también políticas. Desde un punto de vista militar, la revolución española es mucho más débil que su enemigo. Su fuerza está en su habilidad para mover a las grandes masas a la acción. Puede incluso tomar el ejército (de Franco) de manos de los oficiales reaccionarios. Para conseguir esto sólo es necesario avanzar seria y valientemente en el programa para la revolución socialista.

Es necesario proclamar que desde ahora en adelante la tierra, las fábricas y talleres pasarán de las manos de los capitalistas a las del pueblo. Es necesario avanzar rápidamente en la realización de este programa en las provincias donde los obreros están en el poder. El ejército fascista no podría resistir la influencia de un programa así: los soldados atarían a sus oficiales de pies y manos y los entregarían en el cuartel más próximo de milicias obreras. Pero los ministros burgueses no pueden aceptar este programa. Reprimiendo la revolución social obligan a los obreros a derramar diez veces más sangre en la guerra civil»

MAYO 1937

Los acontecimientos del mes de mayo de 1937 en Barcelona, serían el segundo punto crítico de la revolución española tras el 19 de julio. Un intento de arrebatar el control de la Telefónica a las milicias de la CNT, por parte de Guardias de Asalto al mando del jefe de Policía de la ciudad, terminaría en un fuerte tiroteo ante la resistencia de los milicianos anarquistas. El suceso sería la cerilla arrojada a un barril de pólvora, que estallaría en un levantamiento obrero por toda la ciudad. ¿Qué estaba sucediendo?

Los republicanos y los estalinistas habían reconstruido la Guardia de Asalto y el Ejército Popular estaba en fase muy avanzada. Para llevar a cabo una política de descolectivización y disolver definitivamente las milicias, era necesario desarmar a las organizaciones obreras. Durante meses lo venían intentando. El Gobierno había decretado la entrega de armas por parte de todas las organizaciones obreras en la retaguardia. El argumento que se esgrimía era la necesidad de ellas para el frente. Pero los obreros se daban perfecta cuenta de que lo único que se perseguía era sustituir a las patrullas obreras por la Guardia de Asalto, que estaba perfectamente armada. En realidad, mucho mejor que cualquier fuerza miliciana.

Desde hacía meses los enfrentamientos de las fuerzas republicanas y estalinistas con las patrullas obreras eran constantes, pues los primeros trataban de desarmarlas y los segundos se resistían. El intento de tomar la Telefónica, aunque cargado de simbolismo y de indudable interés óera el centro neurálgico de comunicacionesó sólo era la punta del iceberg. El instinto de la clase obrera, conformado por la dura experiencia cotidiana, le decía que estaban tratando de desarmar a la revolución y se lanzó a la calle. Los barrios obreros de Barcelona se llenaron de barricadas, pero ¿Qué hacer?

La única propuesta de acción que aparece viene dada por dos pequeños grupos: los Amigos de Durruti y la sección de la Cuarta Internacional. Estos últimos reparten una hoja con el siguiente contenido:

VIVA LA OFENSIVA REVOLUCIONARIA

No a los compromisos. Desarme de la Guardia Nacional Republicana y de la Guardia de Asalto reaccionaria. Este es el momento decisivo. La próxima vez ya será muy tarde. Huelga general en todas las industrias, excepto en las ligadas a la continuación de la guerra, hasta que el gobierno reaccionario dimita. Sólo el poder proletario puede asegurar la victoria militar.

¡Armamento completo de la clase obrera!
¡Viva la unidad de acción CNT-FAI-POUM!
¡Viva el frente revolucionario del proletariado!
¡Comités de defensa revolucionaria en talleres, fábricas y barrios!
Sección española del Partido Bochevique-Leninista (Cuarta Internacional)(15)

Los panfletos que repartieron los Amigos de Durruti reclamaban «una junta revolucionaria, el desarme de la Guardia de Asalto y Nacional Republicana», aclamarón al POUM por unirse a las barricadas, y jugaban la situación con idénticas concepciones que los bochevique-leninistas.

¿Qué hicieron las direcciones de la CNT y del POUM ante estos acontecimientos? Los líderes anarquistas llamaron a la calma inmediatamente. Incluso desautorizaron el comunicado de Los Amigos de Durruti, que eran un sector de su organización. Tras exigirle a la Generalitat que no tomara represalias contra el movimiento, el Secretario General de la CNT, Vázquez, entró en el nuevo Gobierno de la Generalitat, constituido el 5 de mayo, y siguieron llamando a sus militantes a abandonar las barricadas.

Los dirigentes del POUM habían sido sorprendidos por los acontecimientos como señala Orwell, pero los dos primeros días se sumaron a las barricadas, donde ya estaban sus militantes con los obreros anarquistas. Su actitud levantó entusiasmo y le reportó un significativo crecimiento en las siguientes semanas pero, al final, el 4 de mayo llamó al abandono de las calles de igual forma que la dirección anarquista.

Una vez más, los líderes del POUM eran incapaces de asumir la dirección revolucionaria de las masas. Estas esperaban que una organización reconocida, como era el POUM, plantease qué hacer. Si hubieran denunciado la actitud de la dirección de la CNT ante los propios obreros anarquistas y hubiesen llamado a la unidad de acción para llevar adelante medidas como las recogidas en la hoja del grupo bolchevique leninista, hubieran logrado el apoyo de la mayoría de la clase obrera de Barcelona.

EL POUM

El POUM y su dirección tuvo una enorme responsabilidad en el desenlace de la revolución española. No en el sentido que apuntaban las repugnantes acusaciones de los estalinistas cuando les acusaban de agentes de Franco. Esas eran las directrices de Stalin, que consideraba trotskystas y, por ende, agentes del fascismo a todos los militantes de izquierdas que se oponían al estalinismo. Los líderes del POUM y toda la militancia de este partido, tenían una intachable tradición de lucha. Muchos de ellos habían conocido las cárceles y dejado sus vidas combatiendo el fascismo. Las indignantes calumnias del Stalin, no fueron más que la extrapolación de las purgas de Moscú, a suelo español: el exterminio físico de quienes denunciaban a la burocracia estalinista y sus crímenes. Ese era el «crimen» del POUM. Hasta los tribunales republicanos declararon la falsedad de las acusaciones de colaboración con los franquistas. Pero Stalin ya les había condenado y la GPU cumplió la sentencia, asesinando al propio Nin y a gran número de sus compañeros.

La responsabilidad del POUM era especialmente grande por el nivel político de su dirección, que a diferencia de los líderes anarquistas sí tenía un buen conocimiento del marxismo y de la experiencia revolucionaria rusa, la cual Nin conoció de cerca, tras vivir varios años en la URSS. Sin embargo, el POUM, a pesar de su nombre, no fue un partido marxista sino centrista. Es decir, tuvo una base marxista, pero una dirección que aún defendiendo ideas marxistas en los momentos decisivos llevó a cabo una práctica reformista. En enero de 1936, después de varios meses de campaña contra una coalición de los partidos obreros con la burguesía, entró en el Frente Popular. Conocedor de la experiencia soviética y a pesar de defender la necesidad de crear los «soviets» en el Estado español, nunca los llevó a la práctica donde podía hacerlo: sus milicias, las empresas con predominio de sus militantes, las ciudades donde tenían más fuerza… En su lugar, poco después del alzamiento, se incorporó al Gobierno de Companys el propio Nin como consejero de Justicia. Por último, en mayo tuvo la última oportunidad de ponerse a la cabeza de las masas y prefirió supeditarse a los dirigentes de la CNT. De hecho, el POUM nunca fue trotskysta, como sus propios dirigentes insistieron, pues rechazaron la política que Trotsky defendía sobre sus tareas en la revolución española.

El precio de su política centrista fue el de ser las primeras víctimas de la contrarrevolución republicana. La clase obrera pagaría cara la falta de una dirección revolucionaria. Tras la derrota de mayo, el camino de la reacción republicana quedaba expedito.

LA CONTRARREVOLUCIÓN REPUBLICANA

Sin dirección, los obreros de Barcelona volvieron a sus casas. Los republicanos y los estalinistas comprobaron que no tenían frente a sí una oposición seria en los dirigentes y pasaron a la ofensiva.

Primero, había que sustituir a Largo Caballero que era demasiado ìdébilî para continuar las tareas necesarias para restaurar el orden. Caballero se negaba a proceder a la persecución de las organizaciones anarquistas y del POUM, que querían los republicanos y los estalinistas. El 11 de mayo de 1937, un periódico de la izquierda socialista, Adelante, decía en su editorial:
«Si el gobierno de Largo Caballero aplicase las medidas de represión que la sección española del Comintern trata de incitar, se aproximaría a los gobiernos de Gil-Robles y Lerroux; destruiría la unidad de la clase trabajadora y nos expondría al peligro de perder la guerra y hacer fracasar la revolución… Un gobierno compuesto en su mayoría por elementos del mundo obrero no puede usar métodos reservados para gobiernos reaccionarios y semifascistas»(16).

Caballero contaba con el apoyo de la mayoría de la base socialista y ugetista, si hubiera tomado la senda revolucionaria, hubiese podido cambiar el curso de los acontencimientos. Pero no iba a ser así. Dimitiría, dando lugar a un nuevo gobierno mucho más a la derecha que el anterior y al que no le temblaría la mano. Primero la ilegalización del POUM, que supondría la detención de sus dirección y de sus militantes. Sus milicias en el frente sería disueltas y sus mandos detenidos por el Ejército Popular.
Después la represión se dirigiría contra los anarquistas, empezando por su sector más combativo: los Amigos de Durruti y las Juventudes libertarias. El siguiente paso sería la descolectivización y el desarme definitivo de los obreros anarquistas. La censura de prensa se convirtió en la forma, de ocultar sistemáticamente la represión.

En agosto, el gobierno de Negrín decretó la disolución del Consejo de Aragón. Tropas del Ejército Popular mandadas por el estalinista Líster realizaron la labor.

Mayo coincidiría con el inicio del periodo de retrocesos constantes en los frentes de guerra. En pocos meses caería el norte, traicionados por los nacionalistas burgueses del PNV. El nuevo y flamante Ejército Popular fue incapaz de vencer a Franco, y nunca protagonizó un avance que se consolidara como el realizado por las milicias obreras sobre Aragón.

La palabras del anarquista italiano Camillo Berneri -asesinado por los estalinistas el 6 de mayo en Barcelona- en su Carta abierta a Federica Montseny, anarquista y ministra de Sanidad del Gobierno de Largo Caballero, fueron crudamente confirmadas por los acontecimientos:

«El dilema guerra o revolución, no tiene ya sentido. El único dilema es este: o la victoria sobre Franco gracias a la guerra revolucionaria, o la derrota»(17).

Qué distinto era el análisis que hacía la mayoría de los dirigentes de la CNT. Diego Abad de Santillán, Consejero de Economía de la Generalitat y director de la revista anarquista Tiempos Nuevos hacía el siguiente balance de su actuación política: «No sólo habíamos comenzado una revolución, sino una gran guerra, para la cual había que buscar instrumentos adecuados: un Gobierno regular que calmase un tanto las inquietudes del extranjero, un ejército poderoso y bien organizado.

Habíamos quedado sin ejército y sin cuadros de mando. Nuestras milicias improvisadas se batían heroicamente, pero su heroísmo se estrellaba contra la organización militar y contra los medios poderosos del enemigo. La guerrra no era una guerra civil contra unos generales rebeldes, sino una guerra de matiz internacional en la que grandes potencias militares intervenían abiertamente contra nosotros. Podíamos habernos declarado único poder en Catalunya. No habríamos encontrado obstáculos insuperables, fuera, tal vez, del alejamiento y del disgusto de las fuerzas que colaboraban plenamente con nosotros desde la primera hora. Pero el apremio de la guerra, por un lado, y por otro el hecho indudable que el resto de España no seguía el mismo ritmo, hicieron que nuestros camaradas reflexionasen, que desistieran de gestos hermosos pero estériles, que se procediese a la formación de un Gobierno capaz de mantener la cohesión social necesaria para hacer la guerra y de servir de garantía ante la opinión mundial, hábil e intensamente trabajada por el enemigo.

Hemos logrado muy poco, es verdad. El mundo capitalista nos ha saboteado igualmente. Pero se detuvo la intervención de las grandes potencias que se disponían a cortar en seco nuestro movimiento revolucionario. ¿Se hizo bien o se hizo mal en disolver el Comité de Milicias y en formar un Gobierno con la participación de los anarquistas? Si se examina la cuestión desde el punto de vista de la Revolución, no; pero si se tiene en cuenta la guerra y la situación internacional creemos que sí. Si no queremos engañarnos a nosotros mismos, es preciso reconocer que los imperativos de la guerra se sobrepusieron necesariamente a las exigencias de la revolución»(18).

Como vemos, el anarquismo se dividió en dos tendencias claras: mientras la mayoría de la dirección abrazó en la práctica y la teoría los postulados del reformismo, otros, como Berneri y los Amigos de Durruti llegaron a unas conclusiones de carácter marxista. Desde luego, en Mayo del 36, las masas anarquistas y sus dirigentes siguen dos caminos opuestos. Así terminó su existencia como movimiento de masas.

No podemos ovidar quien fue el responsable de la guerra y de sus consecuencias: la burguesía y sus generales. Pero nuestra obligación es analizar y aprender de la experiencia de esa lucha. Nos ofrece trágicas lecciones de lo que no hay que hacer, pero también nos ha dejado la prueba de lo que podría lograrse. Si ello nos ayuda a proseguir la tarea de luchar por el socialismo, los esfuerzos y sacrificios de aquellos años no habrán resultado baldíos.

 


Notas y bibliografía:

1.- Hugh Thomas, La guerra civil española. Libro II, tomo III, pág. 39.
2.- Ibidem, pág. 43.
3.- Ibidem.
4.- ibidem.
5.- Gabriel Jackson Entre la reforma y la revolución 1931-1939 págs. 21 y 22
6.- Félix Morrow Revolución y contrarrevolución en España pág. 151.
7.- Ibidem, pág. 115
8.- Hugh Thomas, de la misma obra tomo V, pág 148
9.- José Manuel Cuenca Toribio La guerra civil de 1936, pág. 133.
10.- Ibidem, pág. 138-139.
11.- En el libro ya citado de Gabriel Jackson se recoge un fragmento del libro Colectividades Libertarias en España, del anarquista Gaston Leval, referido entre otras a la colectivización de los tranvías.
12.- A. Pérez Baró, Treinta meses de colectismo en Catalunya (1936-1939), citado en el libro ya señalado de Cuenca Toribio.
13.- José Manuel Cuenca Toribio, de la misma obra. pág. 145.
14.- Palmito Togliatti Escritos sobre la guerra de España, pág. 21
15.- Félix Morrow, de la misma obra, pág. 155.
16.- Ibidem. Pág. 177.
17.- Camillo Berneri Carta abierta a Federica Montseny Recogida en el libro de Jackson.
18.- El anarquismo y la revolución en España Diego Abad de Santillán
Otros libros consultados para la elaboración de este artículo:
Escritos sobre España 1930-1939 León Trotsky
Trayectoria (Recuerdos de un artillero) Antonio Cordón
Sobre la guerra civil y la emigración Luis Araquistain

El programa del Frente Popular

A continuación publicamos un extracto de los puntos más significativos del programa del Frente Popular:

I. 1º (…) Se revisarán con arreglo a la ley todas las sentencias pronunciadas en aplicación indebida de la de Vagos, por motivos de carácter político; hasta tanto se habilitan las instituciones que en dicha ley se prescriben, se restringirá la aplicación de la misma (…)

2º (…) Por lo que se refiere a las empresas de carácter privado, el Ministerio de Trabajo adoptará las disposiciones conducentes a la discriminación de todos los casos de despido que hubieran sido fundados en un motivo político-social, y que serán sometidos a los jurados mixtos para que éstos amparen en su derecho, con arreglo a la legislación anterior a noviembre de 1933, a quienes hubieran sido indebidamente eliminados.

3º (…) Se revisará la ley de Orden Público (…), adoptándose también las medidas necesarias para evitar las prórrogas abusivas de los estados de excepción.

III Los republicanos no aceptan el principio de nacionalización de la tierra y su entrega gratuita a los campesinos, solicitada por los delegados del Partido Socialista (…)

V. 2º Los republicanos no aceptan el subsidio de paro solicitado por la representación obrera. (…)

VI. (…) No aceptan los partidos republicanos las medidas de nacionalización de la Banca propuestas por los partidos obreros (…)

VII. La República que conciben los partidos republicanos no es una República dirigida por motivos sociales o económicos de clase, sino un régimen de libertad democrática, impulsado por razones de interés público y progreso social (…)

No aceptan los partidos republicanos el control obrero solicitado por la representación del Partido Socialista (…)

VIII. (…) Se orientará la política internacional en un sentido de adhesión a los principios y métodos de la Sociedad de Naciones.
El Socialista, 16 de enero de 1936

Recogido en el libro de Gabriel Jackson, Entre la reforma y la revolución 1931-1939 (de la página 130 a la 136)


Francisco Largo Caballero

1869-1946

Nace el 15 de octubre en el barrio de Chamberí en Madrid. Hijo de un carpintero, comienza a trabajar a los 7 años en una fábrica de cajas de cartón. Los dos años siguientes trabaja como aprendiz de encuadernador y en una fábrica de cuerdas. A los 9 años entra en el oficio que sería el suyo durante treinta y dos años -estuquista-, compaginándolo con los cargos sindicales y políticos que desempeñó. A los 16 años era oficial con dos ayudantes. En 1890 se afilia a la Sociedad de Estuquistas que poco después ingresa en la UGT recientemente fundada.Caballero entra a formar parte de la directiva como vocal. A los 24 años se afilia a el PSOE. Fue concejal del Ayuntamiento de Madrid cinco veces, la primera en 1905. Participó activamente en las huelgas generales de 1916 y 1917. Junto con Besteiro, Saborit y Anguiano, que componían el comité de huelga en el 17, fue detenido, procesado y condenado a cadena perpetua en el penal de Cartagena. Estando en la cárcel son presentados a las elecciones de 1918 y son elegidos diputados. Durante la dictadura de Primo de Rivera fue Consejero de Estado y después de la proclamación de la II República fue Ministro de Trabajo, presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra desde septiembre del 36 a mayo del 37. Por último ocupó la presidencia de la República. En medio, después de la insurrección asturiana de octubre del 34, Caballero, como otros dirigentes obreros y miles de trabajadores, fue procesado y encarcelado. No fue liberado hasta noviembre el 35. Tras la guerra se exilió en Francia. Fue detenido por la policía del gobierno de Pètain y entregado a la Gestapo que lo confinó en el campo de concentración de Orianenburg hasta el fin de la guerra mundial. Muere poco después, el 23 de marzo de 1946, a consecuencia de las dolencias contraídas en prisión, en París.

Caballero es uno de los principales dirigentes obreros de la primera parte del siglo XX, no en vano conocido como el «Lenin español». Experiementa una evolución política lenta y tortuosa al ser producto de su propia experiencia más que de una base teórica. Ese fue su punto débil. El mismo reconoce que lee a Lenin por primera vez en la cárcel después de los acontecimientos del 34. Caballero evoluciona desde posiciones reformistas hasta convertirse en el líder indiscutible del ala más radicalizada del socialismo, con posturas que se acercaban cada vez más al marxismo. «A pesar de su sinceridad personal y su innegable devoción a la causa de los obreros, hay que admitir que Largo Caballero nunca llegó a elaborar una alternativa política consecuente a la línea reformista de Prieto [ala derechista del PSOE en los años 30] aunque la combatió hasta el final» (Nuevo Claridad nº 26. Primera época. Abril de 1978).

Buenaventura Durruti

1896-1936

Durruti es un veterano luchador y dirigente anarquista. Tras la huelga general de 1917 en España, tuvo que exiliarse a Francia. Sería el primero, pues en 1924 empezó su segundo exilio por diversos países hasta su regreso en 1931. Fue un destacado líder de la lucha contra la sublevación militar en Barcelona y de las milicias que liberaron Aragón. Enviado a participar en la defensa de Madrid al frente de una fuerza miliciana, murió allí en extrañas circunstancias. Recogemos una de sus últimas declaraciones:
«No hay gobierno en el mundo que luche a muerte contra el fascismo. Cuando la burguesía ve que se le escapa el poder de las manos, recurre al fascismo para mantenerse. El gobierno liberal español podía haber hecho impotentes a los fascistas hace mucho tiempo. En vez de eso, se adaptaba, hacía compromisos y perdía tiempo. Incluso en este mismo momento hay hombres en este gobierno que quieren ir con calma con los rebeldes. Nunca se sabe, sabes óse reíaó. el presente gobierno puede necesitar todavía esas fuerzas rebeldes para aplastar el movimiento obrero…

«Nosotros sabemos lo que queremos. Para nosotros no signifca nada el que haya una Unión Soviética en alguna pare del mundo, en nombre de cuya paz y tranquilidad los obreros alemanes y chinos fueron sacrificados al barbarismo fascista por Stalin. Nosotros queremos una revolución aquí, en España, ahora, no quizá tras una próxima guerra. Nosotros estamos dando a Hitler y a Mussolini muchos más problemas con nuestra revolución que todo el Ejército Rojo de Rusia junto. Estamos estableciendo un ejemplo para la clase obrera alemana e italiana de cómo luchar con el fascismo.

Te sentarás sobre un montón de ruínas ódijo Van Passenó. Durruti contestó:

«Siempre hemos vivido en barrios bajos y agujeros. Sabremos como apañarnos por algún tiempo. Pero, no debes ovidar, podemos construir también. Somos nosotros los que construimos esos palacios y ciudades aquí en España, en América y en todas partes. Nosotros los trabajadores, podemos construir otros en su lugar,. Y mejores. No le tenemos miedo a las ruinas. Vamos a heredar la tierra. No hay la menor duda sobre eso. La burguesía puede destruir y arruinar su propio mundo antes de que deje la escena de la historia. Nosotros llevamos un mundo nuevo, aquí, en nuestros corazones. Ese mundo crece a cada minuto»

Entrevista de Durruti con Pierre Van Paasen. Star, Toronto, septiembre 1936. Recogida en Revolución y contrarrevolución en España, de Félix Morrow.

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