Introducción a la carta a la CNT de Jack White en Barcelona en 1936
Jaime Arregui
El 18 de julio de 1936, Franco —futuro dictador—, el mismo que tan sólo dos años antes había dirigido a las tropas gubernamentales contra los revolucionarios de Asturias, ese ejército de desposeídos que osó abandonar las minas para conquistar el cielo a golpe de dinamita, se levanta ahora contra el Gobierno y pasa a la ofensiva junto con otros generales, la ayuda del fascismo europeo y la pasividad de los gobiernos occidentales, y cruza de África a la Península Ibérica. La contrarrevolución había comenzado, la II República se precipitaba en caída libre con un gobierno incapaz de salvarla, pues había fracasado en frenar el golpe de estado a tiempo de un modo patético. La única esperanza para salvar al pueblo de las voraces fauces del Ejército bendecido por el clero y financiado por los terratenientes y los capitalistas yacía en el propio pueblo que, a través de los sindicatos, comenzaba a organizarse para responder con las armas y tomar el poder en sus manos.
En Barcelona, las masas levantaron barricadas y, bajo las banderas del anarcosindicalismo y el socialismo, tomaron el poder. Mientras unos combatían en el frente, otros forjaban un mundo nuevo en la retaguardia.
Jack White fue uno de los miles de hombres y mujeres que llegaron a España en el 36, embriagados de un espíritu de solidaridad internacionalista, para frenar la amenaza del fascismo y participar en el que sería el último gran evento revolucionario de carácter social en Europa hasta nuestros días. En su caso, lo hacía al frente de una unidad de la Cruz Roja británica.
De soldado a revolucionario
El capitán James Robert “Jack” White, nacido en Inglaterra, pero de ascendencia irlandesa, sigue los pasos de su padre, el mariscal de campo Sir George White y a los 18 años desembarca en el Sur de África como soldado del Imperio Británico para combatir en la II Guerra Bóer.
Termina la guerra condecorado y, tras ésta, viaja a Gibraltar para trabajar como ayudante de campo para su padre, que es nombrado gobernador. Allí se sienta a la mesa con, entre otros, el rey Eduardo VII y el Káiser Guillermo. Junto con su desprecio casi innato por la autoridad, desarrolla también su odio por el imperialismo. Acaba abandonando la carrera militar y, tras recorrer el mundo en busca de sí mismo y una misión a su altura, decide incorporarse a la lucha que empezaba a desatarse en Irlanda.
Gran admirador de Tolstoi, llega incluso a intercambiar correspondencia con él. Forma parte del pequeño grupo de protestantes de Ulster que apoyan el autogobierno para Irlanda. En una ocasión comparte tarima con Arthur Conan Doyle, defendiendo la independencia.
De regreso a casa, Irlanda, pronto comienza a simpatizar con la causa autonomista que viraba rápidamente hacia el independentismo. De sus discursos iniciales extraemos el concepto de que el derecho de los pueblos oprimidos a expresar su nacionalidad forma parte del histórico conflicto entre opresores y oprimidos, y que merece la pena participar en él en pos del triunfo del progreso y la igualdad social.
En 1913, empieza la cuenta atrás para la revolución en Irlanda. La Orden de Orange ha formado un ejército privado, aprobado y apoyado desde Inglaterra por el partido conservador, que jura levantarse en armas contra un gobierno autonómico dirigido desde Dublín. El nacionalismo abandona la vía constitucional y comienzan a formarse las primeras milicias, las armas toman protagonismo en la escena política de la colonia más antigua del Imperio Británico.
La revolución en Irlanda
La única vía para fundar un Estado que esté por encima de los sectarismos religiosos, los cuales White detesta profundamente, tanto católicos (sur) como protestante (norte), está en la capacidad de la clase obrera para unirse y formar una República de los Trabajadores.
En Dublín ese mismo año, las simpatías de Jack White están, sin lugar a dudas, del lado de los trabajadores en el gran cierre patronal. Allí conoce a los gigantes de la clase obrera dublinesa, Jim Larkin y James Connolly. Este último sería su mayor influencia política.
Durante esos duros meses de lucha sin cuartel entre trabajadores y empresarios, muchos de ellos empresarios nacionalistas irlandeses, White, Larkin y Connolly ponen en marcha la idea de armar al sindicato y nace el Ejército Ciudadano Irlandés (ICA).
Jack White fue uno de los fundadores de esta milicia, considerada por algunos como el primer Ejército Rojo de Europa, puesto que su insurrección precede en algo más de un año a la de la Guardia Roja en Petrogrado y, sin duda, su carácter obrero y socialista los convierte en fenómenos comparables.
A pesar de que White fue una figura fundamental en el adiestramiento de este cuerpo armado, las diferencias con Larkin le llevaron a separarse del ICA y no participó en la Insurrección de Pascua. Sin embargo, no puede evitar escribir sobre ello a sus camaradas de la CNT cuando llega a Barcelona.
White dirigió también unidades de los Voluntarios Irlandeses, embrión del IRA, durante el periodo revolucionario de Irlanda (1917-1923), pero sus diferencias con los conservadores líderes burgueses eran irreconciliables y acaba por separarse también del movimiento nacionalista.
Al final de su vida sus simpatías están con el anarquismo y es por ello que España en 1936 era el último campo de batalla capaz de ofrecer una aventura a este hombre de 47 años.
Jack White murió en 1947 como un humilde vendedor de hortalizas en el condado de Antrim, en la provincia norteña de Ulster, Irlanda.
El que estaba destinado a ser un paladín de la mayor estructura socioeconómica de su tiempo, cambió su propio destino para ponerse de lado de los que estaban llamados a tomar el rumbo del mundo en sus manos. Es uno de los muchos revolucionarios olvidados, que volcó todas sus energías físicas y mentales para ver con sus propios ojos el final del capitalismo y el nacimiento de una sociedad nueva.
White presenta en este escrito un testimonio en primera persona de la Revolución en Barcelona en 1936, y no puede evitar comparar ese espíritu allí vivido con el de la otra gran revolución de su vida, la revolución irlandesa, una de las primeras que tendría lugar en la Europa del Siglo XX.
Un rebelde en Barcelona; primeras impresiones de Jack White sobre España
Llegué a Barcelona como administrador de la segunda unidad británica de la Cruz Roja. Fui de avanzada, con dos enfermeras, para encontrar emplazamiento para el hospital de la unidad en algún lugar del frente de Teruel.
Por desgracia, el envío de la unidad fue suspendido casi al completo, excepto cuatro ambulancias que están ahora de camino en algún punto entre París y Barcelona. Algunas de esas ambulancias han de ir, según creo, a la primera unidad en Grañén. En cualquier caso, hasta que lleguen, estoy sin nadie a quien administrar y sin nada que hacer, así que un amigo de la CNT-FAI me ha pedido que escribiera mis impresiones para la radio o la prensa.
Lo primero y que más profundamente me ha impresionado es la nobleza natural del pueblo catalán. Tuve esa sensación nada más llegar a Port Bou, donde tuvimos que esperar seis horas para el tren a Barcelona. El sol brillaba radiante, y no pude resistir la tentación de darme un baño en la bahía. Tras desvestirme dejé mi chaqueta, con al menos 80 libras británicas en el bolsillo, sobre las rocas junto a un frecuentado camino con una sensación total de seguridad. Media hora en Cataluña y unas cuantas conversaciones en mi español imperfecto me habían hecho sentir entre amigos, que apreciaban el esfuerzo de los trabajadores e intelectuales británicos para ayudar a su causa. Jamás me habría atrevido a dejar tal cantidad de dinero sin vigilancia en cualquier playa inglesa. Aquí sentía que estaba protegido por la solidaridad revolucionaria de Cataluña e, incluso, por la solidaridad internacional de la clase obrera, de la que Barcelona es ahora el baluarte.
Esta impresión de honor y orden revolucionarios ha sido confirmada por todo lo que he visto y experimentado durante la semana que he estado en Barcelona. En una ocasión, tras una ajetreada mañana dando vueltas para encontrar los pases necesarios para ir a Valencia – eso era antes de que la unidad fuera cancelada y quería ir al frente para encontrar un lugar para nuestro hospital lo antes posible–, sin darme cuenta, le pagué a mi taxista cuatro pesetas más de la tarifa. Me las devolvió diciendo “eso sobra”. Esto pasó mientras entraba por la puerta del comité regional de CNT-FAI, cuarteles generales de los terribles anarquistas sobre cuyas maldades tanto leemos ahora en la prensa capitalista. No voy a meterme en controversias, políticas o filosóficas, simplemente dejo constancia de mis experiencias, sin miedos ni favores. Es un hecho, que las iglesias de Barcelona fueron quemadas y muchas de ellas, donde el techo y los muros aún resisten en pie, son empleadas para almacenar material médico y del comisariado en lugar de, como previamente, ser usadas por los fascistas como fortalezas. Sospecho que su actual función está más cerca de la religión que su fundador basaba en el amor a Dios y al prójimo. Sea como fuere, la destrucción de iglesias no ha destruido el amor y la honestidad en España. Si no se basan en el amor a Dios, se basan en la hermandad, altruismo y respeto propio, algo que es necesario vivir para creerlo. Jamás, hasta que llegué a la Barcelona revolucionaria, había visto camareros e incluso limpiabotas rechazar una propina. Aquí, el rechazo de cualquier cantidad que sobrepase el precio exacto de la cuenta es tan invariable como la cortesía con la que lo hacen. Esta misma cortesía le hace a uno sentirse mal por haberla ofrecido, un burgués ignorante, continuando con hábitos burgueses de manera automática e incapaz de empaparse del respeto propio de los trabajadores, que ahora tienen el control. Mi primer día me enseñó la lección. Ahora nunca ofendo.
Sin duda, habréis oído hablar del levantamiento de Dublín de 1916. Ese levantamiento se considera ahora como un alzamiento puramente nacional, cuyos objetivos no iban más allá de la independencia nacional de Irlanda. Se olvida convenientemente no sólo que el manifiesto publicado por los líderes “burgueses” fue concebido en un espíritu de democracia liberal radical, sino que, asociado a los líderes burgueses, estaba James Connolly, el socialista internacionalista, al cual algunos consideraban el más grande luchador revolucionario y organizador de su tiempo. Al mando del Ejército Ciudadano Irlandés (ICA), al cual yo he instruido, hizo causa común con los separatistas republicanos contra el enemigo común imperial. Se dice que amenazó con actuar en solitario con el ICA, si los republicanos burgueses escurrían el bulto.
La Gran Guerra estaba entonces en su apogeo. El levantamiento fue aplastado de manera inmisericorde por Inglaterra y dieciséis de los líderes fueron ejecutados. El propio Connolly, malherido en la Oficina Postal de Dublín que fue bombardeada hasta reducirla a ruinas por los cañones de un barco británico, fue atado a una silla y fusilado por un pelotón antes de que se recuperase.
Aquí en Cataluña, la unión de la clase obrera y la nación despega con mejores auspicios de los que fueron posibles en Irlanda. En Cataluña la reconstrucción socialista interna va de la mano con la lucha armada contra el fascismo español e internacional. Estáis por delante de nosotros en la construcción socialista y anarcosindical. Estáis por delante de nosotros en tratar con la amenaza fascista clerical. Una y otra vez el movimiento republicano revolucionario en Irlanda se mueve hacia el socialismo, y se escabulle aterrorizado cuando la iglesia católica romana lanza su trueno artificial de condenación y excomunión.
Yo vengo de una familia protestante del Ulster. Hay un dicho en Ulster (la provincia noreste de Irlanda) “Roma es un cordero en la adversidad, una serpiente en la igualdad y un león en la prosperidad”. Me alegro de que en Cataluña hayáis convertido a Roma en un cordero. En Irlanda Roma es todavía un león, o más bien un lobo con piel de cordero. Los curas inflaman a la masa y luego pretenden deplorar la violencia que ellos mismos han instigado. El último domingo de Pascua, tuve que pelear a lo largo de tres kilómetros contra grupos católicos, que nos atacaron en las calles mientras marchábamos para honrar la memoria de los muertos republicanos caídos en la semana de pascua de 1916. Los píos hooligansllegaron a destruir la valla del cementerio para entrar a atacarnos.
En Irlanda, así como en España, fueron los curas los primeros que usaron el fuego y la espada contra el pueblo. Y aun así se quejan encarecidamente cuando esas mismas armas son usadas en su contra.
¡Camaradas de Cataluña! En vuestra hora de adversidad, cuando defendéis las barricadas no sólo por vosotros sino por todos nosotros, os saludo con la voz de la Irlanda revolucionaria, ahogada hace tiempo, pero destinada a recobrar su fuerza. Me siento honrado de estar entre vosotros, de servir como pueda allá donde resulte más útil.
J.R. White.
11 de noviembre, 1936.
Traducción: Jaime Arregui