Querido Julio,
Te escribo esta carta, aunque ya no la puedas leer. Eso duele; los homenajes o las críticas siempre mejor en vida. Espero que sepas disculparme por la calidad del escrito, hoy nos faltan palabras y nos sobran lágrimas; nos falta elocuencia y nos sobra tristeza. Es difícil estar a la altura de un gigante y tú, sin lugar a duda, lo eras. Porque solo el corazón de un coloso aguantaría tanto tiempo todas las embestidas que te dio la vida.
Te escribo, primero, como cordobés de ascendencia. Mi familia, aunque no lo sepas, siempre llevó con orgullo haber nacido en esa provincia que adoptó como alcalde de su capital a ese comunista con semblante califal al que admiraban profundamente. Ese mismo que un día cambió su Andalucía natal por Madrid para intentar cambiar la historia de este pueblo, nuestro pueblo.
Te escribo, también, como docente. Quizás haya un hilo invisible, similar al hilo rojo de la historia, que nos conecta a todos los que amamos nuestra profesión. Me habría encantado tenerte como profesor, mejor dicho, maestro; la pedagogía y el amor por el estudio y la enseñanza han sido siempre un rasgo de tu personalidad.
Te escribo, desde la memoria, casi histórica, como votante primerizo de IU, allá por el año 89. Ni te imaginas la emoción y el orgullo que sentí cuando en aquellas elecciones pude votar a la lista de IU en Madrid que tú encabezabas. Te cuento que esas elecciones generales me tocó estar de encuestador a las puertas de un colegio electoral en mi barrio, Moratalaz. Te sorprendería el orgullo y la alegría con los que la gente iba a votar a IU y, muy especialmente, a Julio Anguita. Ya sé, eran otros tiempos. Sí, es verdad, y aunque no le guste a esa idiosincrasia tuya que huye del culto a la personalidad, queda aún mucho “anguitista” en este país, te lo aseguro. Esa evocación que también rememora esas fiestas del PCE de la Casa de Campo en las que, como un ritual, también coincidíamos año tras año en la caseta de Andalucía.
Pero te escribo, ante todo, como compañero, como militante de IU, como miembro de esa base sacrificada y doliente, también maravillosa, que hoy te llora. Porque tú, como yo, sabemos que lo mejor que tiene nuestra organización es su militancia, mucha de la cual creció y aprendió contigo. Nunca tuvimos relación personal más allá de puntuales encuentros, a pesar de años y años de militancia compartida y los hilos que nos conectan. Por eso, nunca te lo conté, pero estoy aquí, en IU, en gran medida por ti. Entré a principios del año 95 (25 años ya) para apoyar, conscientemente y desde dentro, a aquella persona a la que admiraba por su labor y ejemplo político pero que era denostada y atacada de forma infame desde los medios del grupo PRISA y, aún peor, desde dentro de la propia organización por aquellos, que pocos años más tarde, acabarían bebiendo en las aguas del PSOE. Nada nuevo en el horizonte, ¿verdad?
Y te escribo, fundamentalmente, para compartir y recordar, algunos apuntes de tu legado político, a veces desde la discrepancia, la mayoría desde el acuerdo, siempre desde el respeto. Fuiste ejemplarizante en tu labor política, la función política como te gustaba decir. ¡Qué contraste con aquellos que eran tus adversarios políticos y han convertido las puertas giratorias en todo un arte! Tú, bien sabías, como decía Marx, que “el ser social determina la conciencia” del hombre. Hay que vivir como se piensa o se pensará como se vive. Por eso renunciaste a las prebendas como cargo político. Firme en los ideales, coherente en su ejemplo y práctica política. Te llamaban loco, iluminado, por tu obstinada oposición a esa miserable forma de concebir la res pública que te granjeó la hostilidad del poder y los mercaderes del templo. Tú hiciste bandera de la austeridad bien entendida, no la que predican estos austericidas que condenan a los pueblos a la miseria mientras destruyen el planeta para alimentar sin freno el metabolismo de un sistema que nos conduce al colapso.
Enarbolaste con orgullo el hecho de ser comunista en unos tiempos difíciles en los que caía el muro de Berlín, el referente soviético se deshacía como un azucarillo en un vaso de agua y el PCI se encaminaba a su desaparición. No dudaste en señalar la debilidad ideológica y burocratización de los dirigentes comunistas de los países del este. Siempre me gustó, como hoy señalaba Andrés Gil, tu reivindicación de comunista con alma anarquista, librepensadora, huyendo de una de las lacras del comunismo “realmente existente”: su degeneración burocrática. Como comunista, aunque sin carné del PCE, mi reconocimiento a la dignificación de la palabra y práctica comunista.
No puedo olvidarme de tu continua invocación a la movilización, ejemplarizada quizás en la lucha por la reducción de la jornada laboral a 35 horas (hoy serían menos de 30), la huída del institucionalismo –otra de las grandes lacras de la izquierda–, y la exhortación incesante al estudio, el pensamiento y el intelectual colectivo. Si había algo que te ofendía era el gregarismo, el servilismo de las masas, incluso las de tu propia organización. Amante del debate, el diálogo y la confrontación honesta de ideas.
Fuiste siempre valiente, a veces, si me lo permites, hasta temerario. Te echaste en la mochila a la organización mientras recibías golpes a diestro y siniestro, ayer por la crítica a la burocratización sindical, ora por la denuncia del tratado de Maastricht (aquellos barros, estos lodos), otrora por la defensa del derecho de autodeterminación en el Estado español, pero fundamentalmente por tu confrontación con el felipismo y el poder establecido. Jamás te lo perdonaron, pero la farsa de la “pinza” fue calando. Hay que reconocer, Julio, que no gestionamos muy bien la teoría de las dos orillas. Ahí, cometimos errores.
Tu alma de quijote, amante de causas perdidas, y espíritu revolucionario, te llevó a apoyar desde tu Córdoba la candidatura de Madrid en Pie encabezada por Carlos S. Mato. Lo teníamos muy difícil, pero a ti no te importó mojarte, de nuevo, por lo que considerabas una causa justa. Guardo para el final tu invocación al “programa, programa, programa”. El mantra de Anguita, dicen. Firme defensor de la unidad de la izquierda, pero desde la concreción de un programa transformador y los principios, sabedor de que una práctica política alternativa debe unir las reformas a un cambio socialista de la sociedad.
Te escribo, por último, como integrante del Manifiesto por el Socialismo, ese grupo o corriente de pensamiento dentro de IU. Ya sabes que en el MxS vivimos tiempos difíciles. La militancia se nos está haciendo más dura, más triste. Hace poco más de un año se nos fue nuestro maestro, Alberto Arregui. Perdona que le mencione en este texto, pero a los que llegamos al MxS desde IU, los dos, en diferente medida, habéis sido nuestros referentes y fuentes de inspiración. Dos de los que formáis el elenco de los “imprescindibles” de Brecht. Hoy estamos aún más solos.
Estoy seguro de que mis compañeros y compañeras del MxS comparten conmigo el respeto y reconocimiento a tu figura, como coordinador federal y dirigente de IU –nuestra organización– y el honor de haber luchado conjuntamente por la defensa de las ideas marxistas, la construcción del socialismo y la emancipación de la clase trabajadora, nuestra clase.
Julio, te echaremos mucho de menos. Personalmente, admiraba tu pasión y tu vehemencia oratoria. No hay vida sin pasión, ¿no crees? Hoy nos has dicho adiós, dejas a la izquierda huérfana en estos tiempos convulsos.
Intentaremos seguir tu ejemplo. Hasta siempre, compañero. Hasta siempre, maestro.
Jorge Martínez, profesor y militante de IU Madrid