“El 25 de octubre[1] la Guardia Roja, formada principalmente por obreros industriales, tomó posiciones estratégicas en la ciudad y avanzó sobre el Palacio de Invierno. Fue un golpe sin sangre. El Gobierno Provisional se vino abajo sin resistencia. Algunos de los ministros fueron detenidos. El primer ministro Kerenski huyó al extranjero”.[2]
Alberto Arregui miembro de la Coordinadora Federal de Izquierda Unida
Artículo publicado en el número de primavera-verano de la revista XIX y veinte
El hecho histórico de mayor trascendencia del siglo XX y uno de los más influyentes de la historia de la sociedad humana, queda descrito en este conciso párrafo del prestigioso especialista en la revolución rusa, Edward Hallet Carr.
Tomando la exitosa frase de John Reed, testigo de imprescindible lectura sobre estos hechos, esos días estremecieron al mundo, y ese estremecimiento tendría consecuencias en el curso de la historia.
La clase obrera, los soldados y campesinos tomaban el poder abriendo las puertas al primer Estado socialista de la historia, con el único antecedente histórico de la Comuna de París en 1871. Todo era incertidumbre: “Tal vez nadie, excepto Lenin, Trotsky, los obreros de Petrogrado y los simples soldados, admitía el pensamiento de que los bolcheviques se sostendrían en el poder más de tres días…”[3].
Comprender los acontecimientos que hicieron posible la revolución de 1917, sus derroteros posteriores y, por fin, el derrumbamiento de la URSS y la reimplantación del capitalismo, es una tarea tan compleja como necesaria. Sin entender tanto la Revolución como la contrarrevolución en Rusia no se puede entender la historia moderna, ni la situación actual.
Sería demasiado pretencioso el querer zanjar el tema en un artículo, pero intentaremos al menos indagar en las claves de interpretación de ese proceso gigantesco de revolución y contrarrevolución que ha marcado la historia.
Existe una diferencia esencial entre la Revolución Francesa de 1789 y la Revolución Rusa del 17: a pesar de la reacción, incluso de la restauración temporal de la monarquía, la revolución francesa jamás retrocedió en la principal de sus conquistas: el cambio en las relaciones de propiedad. Sin embargo, ese no es el caso de la URSS, el capitalismo ha vuelto, y eso sólo puede ser la consecuencia de una gran contrarrevolución ¿Cuándo y cómo se produjo? Este es uno de los retos, quizá el principal, al analizar el devenir de la revolución de los soviets.
Algo que plantea un reto teórico y que sólo fue previsto por Trotsky. Y el ropaje teórico que abriría la puerta a esa restauración fue la teoría del “socialismo en un solo país”, que contradecía la concepción de Marx y Lenin (y la propia postura de los bolcheviques, que tenía sus expectativas puestas en la revolución mundial). En ella se albergaba la tendencia al restablecimiento de privilegios en la sociedad, una contrarrevolución y a la larga la restauración del fundamento material más sólido de la desigualdad: la propiedad privada de los medios de producción.
La gestación de la Revolución
Cien años después, la URSS se ha deshecho, Rusia y todos los países bajo su órbita, incluida la Europa del Este, han vuelto al capitalismo ¿Qué ha sucedido en este siglo, cuáles son las causas, cuáles las consecuencias? Y sobre todo, cuál es el legado de la Revolución de Octubre.
Una revolución es un hecho excepcional en la historia de la humanidad, la Revolución Inglesa, la Francesa o la Rusa, siguen siendo motivo de estudio y de polémica en nuestros días, pues han marcado el cambio de épocas, han sido el producto de una larga gestación, y han dejado huellas indelebles en nuestras sociedades. El “momento” de la revolución concentra todas las fuerzas en conflicto, la dinámica interna de la sociedad, pero no es sino el acto de la culminación del cambio en la correlación de fuerzas, lo que tiene mayor importancia aún es el proceso que la ha hecho posible. Digamos que es como un parto de la historia, pero necesitamos comprender sobre todo la fecundación, y después el proceso de la gestación. El paralelo es evidente.
Pues la historia se mueve por leyes semejantes a la naturaleza, encontramos en ellas los elementos dinámicos que la harán moverse, evolucionar, retroceder, estancarse, estallar… pero siempre por el movimiento creado dentro de la propia sociedad en su relación interna y en su relación con la naturaleza. El ser humano es el producto de sus condiciones de existencia, sin la sociedad ni siquiera sabríamos hablar. En palabras de Marx: “el ser social determina la conciencia”.
Y en el lenguaje de la historia, en las revoluciones, se escriben las páginas más brillantes. La Revolución Rusa es el párrafo más preclaro del lenguaje humano en el siglo XX, y quizá en toda su historia social.
Aunque sólo fuese en la medida en que el presente es el producto del pasado y de las aspiraciones de futuro, estamos obligados a entender esas revoluciones si queremos comprender nuestro tiempo.
El motor interno es el choque entre las necesidades del progreso de las fuerzas productivas y las estructuras sociales que son producto del pasado. La oposición entre una clase social ascendente y una clase social decadente pero que detenta el poder, en esas circunstancias la evolución se ve limitada por un exoesqueleto que le impide crecer. La elasticidad de esas instituciones es limitada y llega un momento en que son rasgadas por las fuerzas que crecen en su seno. Entonces la lucha es irreconciliable; o bien la clase social ascendente alcanza el poder y pone las estructuras de la sociedad, el Estado, a su servicio o las viejas clases dominantes, que controlan el Estado, aniquilan la fuerza progresista que pugna por imponerse provocando un retroceso en la marcha de la historia.
Una revolución es siempre el rechazo de lo existente, porque se crea un malestar insoportable en la sociedad. “Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja.”
La conciencia sufre una transformación radical, los ritmos, el aprendizaje, la conciencia colectiva… alteran las leyes por las que habitualmente se rige el comportamiento humano. Toda persona que haya participado en una huelga, una guerra, un movimiento social colectivo… habrá tenido la ocasión de comprobar cómo se transforma la mentalidad de las personas de una manera colectiva y brusca. A diferencia del pensamiento vulgar, del idealismo filosófico, que considera que “primero hay que cambiar la mentalidad de las personas” para después cambiar la sociedad, el materialismo dialéctico ha desentrañado este proceso en el que las conciencias de los individuos y de las clases sociales se transforman radicalmente en relación a los acontecimientos vividos. Marx lo resumió en una fórmula magistral: el cambio de la conciencia de clase en sí, a clase para sí; es decir de un colectivo social que simplemente es consciente de su existencia, a tener consciencia de unos intereses comunes que les vinculan como clase enfrentados a otra clase social.
Y si algunos piensan que el 15 M, o la huelga general del 14 D del 88, cambiaron las conciencias, no es más que un balbuceo comparado con el efecto de una revolución. Sólo la revolución produce el cambio necesario para emprender la construcción de una nueva sociedad, y no nos referimos sólo al cambio material de las relaciones entre las clases o del poder del Estado, sino sobre todo al cambio en las conciencias que hará posible tan gigantesca tarea: “la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases” [4].
Las instituciones sociales y las relaciones de producción
“Le mort saisit le vif”[5], citaba Marx, para dar a entender hasta qué punto las instituciones sociales, las normas establecidas en la sociedad por las generaciones pasadas determinan nuestras vidas. En su “18 Brumario”, afirma: “Las generaciones muertas oprimen como una pesadilla los cerebros de los vivos”.
Sólo una revolución es capaz de romper esas cadenas de la estructura y de la superestructura, las de hierro y las de la psiqué, pues la estructura de la sociedad no está construida para facilitar su cambio, sino para todo lo contrario, para preservar la superestructura política que garantiza el mantenimiento de la estructura económica. En otras palabras, las instituciones sociales, parlamentos, ayuntamientos, dumas, cortes, tribunales, cuerpos policiales… están diseñadas para que la minoría que domina la sociedad tenga garantizado ese dominio.
Y las instituciones les sirven para regular esa relación de dominio y, en caso necesario, como válvula de escape que reduzca la presión social.
La Revolución Francesa hizo estallar las relaciones feudales, la Revolución Rusa hizo volar por los aires a un tiempo las relaciones feudales, y una burocracia estatal más caracterizada por el despotismo asiático, y las relaciones capitalistas. La expresión más acabada, en la práctica, del análisis de Marx y Engels sobre la revolución permanente:
“Las peticiones democráticas no pueden satisfacer nunca al partido del proletariado. Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes fuerzas de producción estén en las manos del proletariado.
Para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva.” (Carta del Comité Central a la Liga de los Comunistas. Marx y Engels)
1905: el ensayo general
Existe la creencia general de considerar la Revolución Rusa como una consecuencia directa de la guerra mundial, pero es una apreciación incompleta. La relación es indudable, pero la revolución ya latía en la sociedad rusa mucho tiempo antes.
En 1905 se vivió una revolución contra la autocracia zarista que sería vista por Lenin y Trotsky como “un ensayo general” de la del 17. El secular retraso de la sociedad rusa, donde la servidumbre no fue abolida hasta el año 1861, mantenía relaciones feudales en el campo y una burocracia típica del despotismo asiático, en combinación con los centros fabriles más populosos del mundo.
Aunque fue ahogada en sangre y represión, la experiencia de esta revolución fue determinante no sólo para la conciencia de la clase obrera sino especialmente para que los futuros dirigentes de la revolución socialista obtuviesen las lecciones decisivas de cómo encarar una nueva situación revolucionaria.
En cuanto a las masas, la confianza supersticiosa que pudiese existir en la iglesia y en la autocracia zarista sufrió un golpe mortal en la famosa jornada del “Domingo sangriento”, el día 9 de enero de 1905 , cuando se concentraron en una manifestación que más parecía una procesión, agrupados tras el “Pope Gapón”, el sacerdote ortodoxo que llevaba al “padrecito” Zar las peticiones de su pueblo. Los sables y las balas de la represión zarista disiparon con sangre la ingenuidad de ese movimiento de ruego, para convertirlo en desesperación y rabia. El campo quedaba abonado para los elementos revolucionarios que habían formado parte de ese movimiento y tomaron la dirección de las jornadas siguientes.
Por otro lado, en 1905 se despejaron los campos en combate, pues la “burguesía democrática”, mostró muy a las claras que, como en todo el mundo y en todas las revoluciones, temía más a la clase obrera y el campesinado ruso que a la autocracia, y traicionó el movimiento a la primera de cambio. Lo que facilitó la organización independiente de trabajadores y campesinos desligados de los partidos burgueses en el futuro.
Y por fin, y quizá lo más importante, esa revolución engendró los soviets (consejos), el instrumento fundamental de la revolución, el órgano más democrático jamás construido por un proceso social. Con representación de todos los sectores en lucha, organizador de las huelgas y de la revolución, auténtico contrapoder frente al poder oficial del sistema[6].
Especialmente en Petrogrado, donde Lev Davidovich Bronstein (León Trotsky) fue su presidente, el soviet ejerció de auténtico gobierno de las masas, y aunque fueron apresados, juzgados y condenados al exilio en Siberia, la experiencia acumulada fue decisiva para el éxito de la revolución. Rosa Luxemburgo, en su “Huelga de masas, partido y sindicatos”, expresaría con genialidad las lecciones de la revolución de 1905, que se verían confirmadas en 1917.
La guerra y la revolución
Un período de negra contrarrevolución siguió a la derrota, especialmente de 1908 a 1911, pero el desarrollo económico, la afluencia de nueva clase obrera y las condiciones sociales en Rusia, hicieron renacer el movimiento huelguístico y político de la clase obrera rusa, y en el primer semestre de 1914, antes de iniciarse la guerra, existía un claro ascenso de la lucha revolucionaria, que fue cortado de raíz con la movilización de las tropas y el desplazamiento al frente de los obreros huelguistas.
Pero si en un principio la guerra cortó el proceso, en los años siguientes se convirtió en su más poderosa palanca, donde las ideas de los agitadores bolcheviques iban ganando miles de adeptos con cada acontecimiento.
Las bajas en el ejército ruso, en torno a dos millones y medio, sumaban más que las de cualquier contendiente. Los campesinos se hicieron cada vez más sensibles a las proclamas de los obreros revolucionarios, y la consigna de la paz se extendió como un reguero de pólvora.
En el campo la miseria era sangrante, y en las ciudades la escasez y la carestía crecientes. En ese ambiente se estaban gestando los fundamentos de la revolución: el germen de una guerra campesina, una descomposición del ejército, y una dirección de esa lucha encarnada por el proletariado de las grandes ciudades.
La revolución de Febrero
La tensión en la sociedad había crecido hasta un punto insoportable, y prueba de ello fue que las jornadas decisivas de la revolución se desataron desde abajo, sin un llamamiento previo, cuando con ocasión del día de la mujer trabajadora, e incluso contra el criterio de los bolcheviques, las obreras y obreros de Petrogrado declararon la huelga el 23 de febrero.
Si algo diferencia un período revolucionario de la historia es la irrupción de las masas, de la gente común, de la clase social oprimida y ascendente, en los asuntos públicos intentando tomar en sus manos su propio destino. Ya no es el parlamento, el rey, ministros y banqueros quienes dirigen la vida de la sociedad, es la clase de los desposeídos que invade las calles, que paraliza la vida económica tomando conciencia de su poder sobre la sociedad, que avanza en su confianza y se identifica como clase con unos intereses comunes frente a un adversario común y que, en definitiva eso es lo más importante, pone en cuestión quien manda, de quién es el poder.
Significativamente, fueron las obreras del sector textil las que sin ningún plan previo, con espontaneidad, iniciaron el movimiento huelguístico al que cada día se sumaron nuevos sectores de la clase obrera y que acabaría derrocando la autocracia zarista. Un proletariado educado en ideas marxistas y con la experiencia de 1905 supo tomar la iniciativa, crear dirigentes en la propia lucha y cohesionarse supliendo la falta de organización.
Cuando tras varios días de huelga y movilización en Petrogrado, se intenta utilizar a los soldados contra el pueblo, una parte de ellos vuelven sus bayonetas contra la policía y el huracán revolucionario adquiere una confianza infinita en sí mismo, se hace invencible, el movimiento huelguístico ha dado paso a un vendaval revolucionario.
Se producen crisis en todos los batallones, pero en día 27 ya se están inclinando del lado de los revolucionarios, decidiendo la suerte de la batalla, y la lucha se extiende a Moscú y otras ciudades.
La noche del 27 en el Palacio de Taúrida se reunía el Comité Ejecutivo del Soviet, retomando la experiencia de 1905. El poder real estaba en sus manos, los batallones del ejército, el telégrafo, los ferrocarriles, las imprentas…
Pero este organismo estaba compuesto por toda una heterogénea variedad política, en la que los bolcheviques eran minoría, y pronto dedicó sus esfuerzos no a tomar el poder en sus manos, sino a exigir que los miedosos y traidores elementos de la burguesía rusa, que habían permanecido al margen de la lucha, tomasen la responsabilidad del gobierno, a través del Comité Provisional que habían elegido los diputados de la Duma, que había sido disuelta por el Zar.
La mayoría de los trabajadores siguen a sus líderes espontáneos y, por supuesto, a los bolcheviques[7] en la lucha contra el zarismo, pero aún no son capaces de distinguir las diferencias respecto a los demás elementos que se presentan como socialistas. Ellos se ponían a disposición del Soviet, y era este mismo Soviet quien entregaba el poder a la burguesía.
El argumento que se utilizó esos días, que no sería derribado hasta mucho después y que fue aceptado incluso por algunos sectores de los bolcheviques era simple y directo: “como se trata de una revolución democrático burguesa, los socialistas no podemos comprometernos con el poder, le corresponde a la burguesía”. Kamenev y Stalin, los dos primeros dirigentes bolcheviques que regresaron a Petrogrado, compartían ese punto de vista de colaboración con el Gobierno Provisional de la burguesía.
Así se constituyó el gobierno presidido por el príncipe Lvov, un gobierno que encarnaba los intereses de terratenientes y burgueses, despertando recelos, desde el primer momento, en las masas que sólo veían al ministro Kerensky, diputado en la Duma y moderado, aunque vinculado a los “Eseristas”[8], como enlace de las aspiraciones de la revolución.
A diferencia del 1905, el Comité Ejecutivo del Soviet, no era el resultado de un proceso desde la base, sino que había comenzado al revés: primero se constituyó el Comité, antes de que hubiese un proceso de elecciones de representantes, esto imprimió el carácter de sus primeras actuaciones, señaladamente la de ceder el poder a la burguesía.
Las Tesis de Abril
Lenin aún en Suiza el 6 de marzo había enviado un telegrama: “Nuestra táctica: desconfianza absoluta, negar todo apoyo al nuevo gobierno; recelamos especialmente de Kerensky; no hay más garantía que armar al proletariado; elecciones inmediatas a la Duma de Petrogrado; mantenerse bien separados de los demás partidos”.
Mientras los dirigentes del partido bolchevique mantienen una confusión e inercia peligrosa que les lleva a dar apoyo al gobierno burgués, incluso a oponerse al derrotismo revolucionario respecto a la guerra, Lenin ha comprendido que la fase democrática de la revolución está superada, que o bien se llevaba la revolución hasta el final, con el programa del control de la clase obrera y el socialismo, o bien se produciría una cruel reacción.
El día 3 de abril llega a Petrogrado y se encuentra en minoría absoluta ante el resto de los dirigentes bolcheviques con sus famosas “Tesis de Abril”. En unas pocas páginas resume el análisis de la situación, caracteriza la revolución y plantea las tareas inmediatas.
Es quizá el escrito revolucionario más importante y más brillante de Lenin, y una pieza esencial del marxismo, en plena vorágine revolucionaria, es capaz de elevarse y sobre la cima de la teoría entender la situación y marcar el rumbo, y en unos días ganar la mayoría del partido, pues sus tesis conectan con el sentimiento revolucionario de la militancia bolchevique.
Años más tarde, en 1921, el propio Lenin resumen de forma genial el contenido de su posición: “Mas, a fin de consolidar para los pueblos de Rusia las conquistas de la revolución democrática burguesa, nosotros debíamos ir más lejos y así lo hicimos. Resolvimos los problemas de la revolución democrática burguesa sobre la marcha, de paso, como “producto accesorio” de nuestra labor principal y verdadera, de nuestra labor revolucionaria proletaria, socialista. Hemos dicho siempre que las reformas son un producto accesorio de la lucha revolucionaria de las clases. Las transformaciones democráticas burguesas -lo hemos dicho y lo hemos demostrado con hechos- son un producto accesorio de la revolución proletaria, es decir, socialista. Digamos de paso que todos los Kautsky, los Hilferding, los Mártov, los Chernov, los Hillquit, los Longuet, los MacDonald, los Turati y demás héroes del marxismo “II y medio” no han sabido comprender esta correlación entre la revolución democrática burguesa y la revolución proletaria socialista. La primera se transforma en la segunda. La segunda resuelve de paso los problemas de la primera. La segunda consolida la obra de la primera. La lucha, y solamente la lucha, determina hasta qué punto la segunda logra rebasar a la primera.
El régimen soviético es precisamente una de las confirmaciones o manifestaciones evidentes de esta transformación de una revolución en otra. El régimen soviético es el máximo de democracia para los obreros y los campesinos y, a la vez, significa la ruptura con la democracia burguesa y el surgimiento de un nuevo tipo de democracia, de alcance histórico universal: la democracia proletaria o dictadura del proletariado.”[9]
Sin el “giro de Lenin”, no sabemos si hubiese sido capaz de reaccionar el partido, pero ese llamamiento se apoyaba en varios factores que hicieron posible que prendiese como el fuego en la hierba seca de la llanura: las condiciones revolucionarias en primer lugar, que estaban delimitando los campos y empujando a la confrontación abierta sin dejar lugar para la conciliación de clases, pero también, la educación de los cuadros del partido bolchevique, que a pesar de las dudas y errores de Kamenev,
Zinoviev o Stalin, se inclinaron rápidamente por la tesis de Lenin que, en lo fundamental, venían a coincidir con lo que Trotsky había defendido ya en su balance de la revolución de 1905: la tesis de Marx y Engels, de que la revolución democrática debía convertirse en revolución socialista una vez comenzado el proceso y que no podría pararse en una etapa artificial de “democracia burguesa”.
La ruptura con la herencia de Lenin y el abandono del marxismo, por parte de Stalin, traería más tarde la nefasta “teoría” del socialismo en un solo país, y la revolución por etapas, que fue un desastre, especialmente en nuestro país, pero también en Alemania, China y otras revoluciones.
Las Jornadas de Julio
El gobierno provisional no daba satisfacción a ninguna de las reivindicaciones principales de la revolución de febrero, la vida se encarecía, los suministros escaseaban, la reforma agraria no llegaba y la guerra continuaba. Durante el mes de abril se produjeron graves conflictos laborales, pero la autoridad del soviet les puso freno.
En mayo, se produce un intento claro de echar la revolución atrás, de alcanzar un enlace entre el gobierno, que representaba a la burguesía, y el soviet, que representaba a la clase obrera y los soldados, a través de un gobierno de coalición. La idea tuvo apoyo, pues los activistas pensaban que si en lugar de un ministro “socialista” había más, el gobierno respondería a sus demandas. La intención no era esa, sino la de ir eliminando la situación de doble poder, dejando al gobierno más libertad de acción para continuar la guerra.
El gobierno cometió un grave error de cálculo, tras dar cabida en el mismo a más ministros de izquierdas, pensó que podría arriesgarse y en una huida hacia adelante, enviando a Kerensky a hacer el trabajo sucio, preparó una nueva ofensiva en el frente, que comenzó en junio y se prolongó durante el mes de julio. El resultado fue el hundimiento del frente, la deserción en masa de los batallones, que no querían seguir la guerra imperialista y se volvían contra sus oficiales. Lo que consiguió esta ofensiva fue mostrar la incapacidad del gobierno y acelerar el proceso de descomposición del ejército, generando una situación insostenible.
La tensión social es tan insoportable que a pesar de que los bolcheviques intentan esperar más, pues consideran correctamente que aún no se dan las condiciones para un triunfo de una insurrección armada, su estallido es inevitable.
El partido bolchevique ya había alcanzado una representatividad decisiva, sólo en Petrogrado contaba a finales de junio con 32.000 miembros, cuatro veces más que la militancia total en toda Rusia en febrero. Su consigna de “Todo el poder a los soviets” había prendido en la conciencia de millones de obreros y soldados. Sin embargo, a pesar de su incremento y su gran influencia, seguían siendo una minoría en los soviets.
En junio se había reunido el Congreso de los Soviets en Petrogrado, y de un total de 820 delegados, se declararon bolcheviques 105, mientras que 243 dijeron ser mencheviques y 285 socialrevolucionarios (eseristas).
Pero la impaciencia de los soldados no entendía de porcentajes, ni de esperas, no podían más y estallaron desoyendo no sólo a mencheviques y eseristas, sino incluso a los bolcheviques. La clase obrera, contagiada por el movimiento de los soldados salió también a la lucha. Los soldados estaban impacientes por llevar la revolución hasta el final, por alcanzar la paz, y sobrevaloraban el poder de sus bayonetas, no comprendiendo que aún no se había producido la ruptura necesaria, de la mayoría respecto al gobierno provisional.
El partido bolchevique, dando una lección de cómo se comporta una dirección revolucionaria que une su destino al de su clase, a pesar de no compartir la oportunidad de la lucha se puso al frente, una vez que era inevitable.
Las calles de Petrogrado se llenaron de manifestantes que exigían “Abajo los 10 ministros capitalistas”, “Todo el poder a los soviets”. Qué magnífica expresión del instinto revolucionario de obreros y soldados, pero fallaba lo esencial para que esta manifestación se convietiese en insurrección y pasase a la toma del poder; las masas querían que la situación de doble poder se resolviese a favor del soviet, no soportaban más la guerra, las falsas promesas, las traiciones, pero el soviet no quería el poder, más bien al contrario, el Comité Ejecutivo del Soviet había estado haciendo todo lo posible por que el poder real recayese en manos del gobierno provisional.
Esta es la gran paradoja de la revolución, de todas las revoluciones: cuando las masas asimilan una idea quieren ponerla en práctica de manera inmediata, no entienden por qué se debe esperar a resolver algo tan urgente, la muerte en los frentes, la miseria en el campo, el desabastecimiento en las ciudades…
La gran lección de la Revolución Rusa, que hemos visto en todas las revoluciones, es que existen dos frentes de batalla, por un lado el enfrentamiento abierto entre la revolución y la reacción, pero por otro lado, y decisivo, el combate por la hegemonía en el propio campo revolucionario. Así fue desde el primer momento, pero conforme avanza la revolución la lucha entre los bolcheviques, que son los únicos que aspiran a llevar la revolución hasta el final, y los conciliadores, que aspiran a una quimera de “democracia burguesa”, se convierte en la lucha decisiva. Desde julio a octubre, es una lucha a muerte, quién consiga la mayoría en los soviets, decidirá el destino de la revolución.
Los bolcheviques, que han tomado la vanguardia de la lucha en julio, tratan de organizar un repliegue ordenado, y en gran parte lo consiguen. Pero la reacción intenta asestar un golpe definitivo, acuden tropas a Petrogrado a las que se les ha dicho que Lenin es un agente alemán, que los bolcheviques con la lucha interna harán perder la guerra, y favorecen al ejército alemán. Se abre un período de represión, se arrasa la imprenta del partido de la revolución, se persigue, asesina o detiene a los dirigentes. Lenin tiene que huir, Trotsky y otros muchos son detenidos y encarcelados.
Kornilov en agosto
Las fuerzas reaccionarias tienen prisa por ahogar del todo la revolución y, una vez más, tomando la idea de Marx, un golpe de la reacción puede actuar como espuela de la revolución, y así sucedió con el intento de golpe de Estado dirigido por el general Kornilov.
Las luchas de julio habían traído también una crisis en el gobierno, que llevó a que Kerensky fuese alzado a su presidencia a finales de mes. Ahora, quien se impacientaba eran las fuerzas reaccionarias, el partido Kadete (demócratas constitucionalistas) y el alto mando del ejército, que exigían medidas drásticas en el frente y en la retaguardia, blandiendo el patriotismo y exigiendo la reinstauración de la pena de muerte. El choque decisivo entre revolución y contra revolución se aproximaba.
A finales de agosto, tras la caída de Riga en manos del ejército alemán, el general Kornilov, conchabado con parte de los ministros, se dirigía a Petrogrado para implantar una dictadura. Kerensky que había coqueteado con el generalísimo golpista, se ve obligado a oponerse, pero son los bolcheviques quienes destacan ante los ojos de las masas. De pronto toda la propaganda que les había acusado de agentes alemanes, que justificaba la persecución y apresamiento, aparece a los ojos de obreros y soldados como una pieza de la preparación del golpe de Estado de Kornilov. Los bolcheviques conquistan el corazón de la clase obrera y de los soldados, no sólo su mente. A partir de la derrota de Kornilov, son sangre y carne de la revolución. Desde febrero un proceso molecular de cambio de la conciencia colectiva se estaba fraguando bajo la superficie, ahora las complejas piezas de la turbulencia revolucionaria encajaban de pronto y se producía un cambio cualitativo que irrumpía en la superficie con una fuerza arrolladora, imparable. Se unía la fuerza de las masas revolucionarias y una dirección audaz dispuesta a tomar el cielo al asalto.
Como escribió John Reed: “La única razón del inmenso éxito de los bolcheviques reside en que cumplieron los profundos y simples deseos de las más vastas capas de la población, llamándolas al trabajo para destruir y barrer lo viejo para erigir luego con ellas, sobre el polvo de las ruinas demolidas, el armazón del mundo nuevo”[10].
Los soviets
Los soviets de obreros, campesinos y soldados, son la más genuina creación de la revolución rusa, a partir de entonces, toda táctica revolucionaria debe contar necesariamente con esta expresión genial de la capacidad de la clase obrera de engendrar una nueva sociedad, unido a la huelga de masas como método de agrupar, concienciar y hacer consciente a la clase obrera de su fuerza potencial, son los dos pilares sobre los que necesariamente se sustenta cualquier movimiento socialista revolucionario.
Una organización ágil, muy superior a la democracia representativa, sin este instrumento no hubiese sido posible la Revolución de Octubre, pues fue el vehículo que llevó a que los bolcheviques conquistasen la mayoría, cuando en febrero eran una minoría, que no pasaba de 8.000 militantes.
No sólo eran un órgano de representación, con miembros elegibles y revocables en cualquier momento, sino que intervenían en todo tipo de asuntos, en los transportes y comunicaciones, como en la dirección de las fuerzas armadas, en asuntos económicos y judiciales. Fueron los soviets los que respondieron a la exigencia de las luchas decretando la jornada de 8 horas o intervinieron los periódicos reaccionarios hostiles a la revolución.
El fenómeno que encarnan los soviets es el de la dualidad de poderes, los órganos de gobierno de las clases enfrentadas, un fenómeno que necesariamente es transitorio y debe resolverse inclinando la balanza de un lado o del otro. Sólo puede culminar con la revolución o la reacción “Cuando se hace la revolución no se puede permanecer estancado: hay que avanzar o retroceder”, diría Lenin[11].
La asonada de Kornilov, marca el cambio cualitativo, que saca a los bolcheviques de la clandestinidad y les lleva a ganar la confianza de los sectores decisivos y les pone en condiciones de ganar a los soviets, pues, a diferencia del posterior estalinismo, dan una lección brillante de táctica revolucionaria, cuando Lenin dice: “sostenemos a Kerensky como la soga sostiene al ahorcado”.
¡Qué sagacidad y audacia, qué táctica tan sutil, sabiendo que al cortar el paso a la reacción, salvaban el gobierno de Kerensky, pero no para comprometerse con la burguesía republicana, sino para asestar el golpe definitivo contra esa misma burguesía y elevar al proletariado al poder!
Los bolcheviques tomaron la mayoría en el soviet de Petrogrado e inmediatamente después en los de Moscú, Kiev, Odesa y otras ciudades. A partir de ese momento toda la batalla se centra en la convocatoria del II Congreso de los Soviets, el gobierno, la reacción, los “moderados”, se unen para intentar impedir ese congreso que, sin duda, iba a reflejar el cambio de correlación de fuerzas en el seno del campo de los soviets.
Una revolución se decide no sólo en el enfrentamiento entre los campos antagónicos, sino en el seno de las fuerzas contendientes. Es una ley en toda revolución; así como la hegemonía de los bolcheviques dio el triunfo a la revolución, el triunfo de los conciliadores en la revolución española allanó el camino a la victoria a la reacción fascista.
La mayoría bolchevique en los soviets era condición necesaria e imprescindible para la toma del poder. La consigna del partido de Lenin ¡Todo el poder a los soviets!, fue decisiva en todo el proceso y, al fin, iba a decidir el destino de la revolución.
El asalto al poder
De igual manera que los soviets, la guarnición de Petrogrado, resultaba decisiva; el 17 de octubre, los representantes de los regimientos de la ciudad declararon que no reconocían al Gobierno Provisional y se ponían a las órdenes del Comité Militar Revolucionario del Soviet.
En octubre el Partido Bolchevique tenía 240.000 miembros en todo el imperio ruso, aunque era un país de 150 millones de habitantes, se puede calcular que no menos de 23 millones estaban organizados en el sistema soviético. El partido estaba en condiciones, con la palanca del soviet de anticiparse a las fuerzas que querían ahogar en sangre la revolución y planear la toma del poder, pero todas las fracciones eran conscientes de esta situación y trataban por todos los medios que se hiciera la reunión de todos los soviets, en cuyo seno los bolcheviques crecían cada día que pasaba.
El 10 de octubre Lenin se afeita, se pone gafas e incluso una peluca y acude a la reunión del Comité Central del partido bolchevique que él mismo había convocado. En la reunión, con la oposición de Kamenev y Zinoviev, se decide la insurrección armada. Esa diferencia revistió gravedad, pues el día 17 Kamenev, con el respaldo de Zinoviev, envió una carta al diario de Gorki revelando los planes insurreccionales del partido y mostrando su oposición.
El Comité Militar Revolucionario, se empeña en la tarea de preparar el asalto al poder, para llevarlo a cabo en el mismo momento en que se celebre el Congreso de los Soviets.
Y así se produjo. El momento en que el doble poder se resolvería inevitablemente en un sentido u otro, lo desató el Gobierno en la noche del 23 al 24 de octubre, al intentar anticiparse a los planes de la insurrección, ordenando el envío de “tropas leales” a Petrogrado para aplastar la revolución, detener a los miembros del Comité Militar Revolucionario, y clausurar los diarios bolcheviques.
Esos movimientos se estrellaron contra una realidad incontestable, el viejo topo de la revolución había hozado bien; el ejército estaba socavado, los soldados y las masas se inclinaban del lado revolucionario, la Guardia Roja iba ocupando los lugares claves de la capital. Lo único que consiguió la desesperación de Kerensky fue que la insurrección apareciese como una contraofensiva, ante la ofensiva impotente de su gobierno.
Con el Congreso de los Soviets, reunido el día 25 de octubre, quedó decidida la suerte de la revolución. El llamamiento del Congreso de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia y los delegados de los soviets campesinos, decía, entre otras cosas:
“Ha sido derribado el Gobierno Provisional y la mayoría de sus miembros ya han sido detenidos. El poder de los Soviets propondrá una paz democrática… asegurará el paso sin indemnización de las tierras de los terratenientes, de la Corona y de los conventos a los comités campesinos; defenderá los derechos del soldado… implantará el control obrero de la producción; asegurará la reunión de la Asamblea Constituyente… se preocupará de abastecer a las ciudades… y garantizará a todas las nacionalidades que pueblan Rusia el verdadero derecho de autodeterminación.
El Congreso acuerda: todo el poder en las localidades pasa a los Soviets de Diputados Obreros y Soldados y Campesinos, llamados a asegurar un orden verdaderamente revolucionario”
Fueron momentos muy duros, donde la esperanza se mezclaba con todas las vacilaciones que surgieron a flote, el vértigo, el miedo a la derrota, a la gigantesca e ignota tarea que se abría como un abismo ante los pies.
La dirección bolchevique con determinación barrió todas las dudas y puso la audacia necesaria con la que no hubieran sido capaces de ganar el poder ni de mantenerse en los años siguientes enfrentados a todo y a todos. Así relata John Reed esos momentos tensos:
“Durante toda la tarde, Lenin y Trotsky habían tenido que combatir las tendencias hacia un compromiso. Una buena parte de los bolcheviques opinaba que debían hacerse las concesiones necesarias para lograr constituir un gobierno de coalición de todas las fuerzas socialistas.
–No nos sostendremos -exclamaban-. Hay demasiadas fuerzas contra nosotros. No contamos con los hombres necesarios. Quedaremos aislados y todo se perderá.
Así se manifiestan Kaménev, Riazánov y otros. Pero Lenin, con Trotsky a su lado, se mantenía firme como una roca:
-“Que los conciliadores acepten nuestro programa y entren en el gobierno. Nosotros no cederemos ni una pulgada. Si hay camaradas aquí que no tienen el valor y la voluntad de atreverse a lo que nosotros nos atrevemos ¡que se vayan a reunir a los cobardes y conciliadores! ¡Con nosotros están los obreros y los soldados y nuestro deber es continuar la causa!”
A las siete y cinco, los socialrevolucionarios de izquierda hicieron saber que ellos continuarían en el Comité Militar Revolucionario.
-¡Ya lo veis! -exclamó Lenin-. ¡Nos siguen!”[12].
Ya no había más opción, o seguir a los bolcheviques y los soviets o enfrentarse a ellos. Y una vez con el poder en sus manos comenzaron a promulgar los decretos que la revolución había prometido, en primer lugar el llamamiento a la paz, el segundo un decreto sobre la tierra aboliendo la propiedad de los terratenientes, y el tercero creaba el Consejo de Comisarios del Pueblo, como Gobierno Provisional Obrero y Campesino.
Después de la toma del poder
El pueblo ruso abrió una nueva senda en la historia de la humanidad, se enfrentó a la tarea de intentar construir la senda hacia una sociedad sin clases y, como era evidente se enfrentó a todos los poderes imperialistas del mundo. Todas las fuerzas reaccionarias se coaligaron para intentar ahogar la revolución, pero no lo consiguieron. Eso sí el precio a pagar fue espantoso, rodeados por enemigos, con una guerra civil alentada por los destronados y sostenida por las potencias imperialistas.
El Ejército Rojo, dirigido por Trotsky, consiguió la titánica tarea de derrotar a todas las fuerzas oponentes. Pero el país quedo exhausto, aislado y con la pérdida de decenas de miles de los mejores militantes bolcheviques en el frente de batalla.
Lenin siempre había confiado la suerte de la revolución socialista en Rusia al triunfo de la revolución en otros países de Europa, Trotsky, y en general el partido bolchevique, mantenían esa misma posición, que no era sino la que habían defendido Marx y Engels.
Pero fracasó la revolución en Alemania, que hubiese cambiado el rumbo de la historia, y después la revolución china, también fue derrotada. En lugar de mantenerse en posturas internacionalistas, e intentar aguantar hasta la siguiente ola revolucionaria (que pronto se produjo en los años 30), las diferencias sociales, esta vez expresadas en castas, comenzaron a surgir de nuevo en la ya URSS.
Tal como Marx había explicado (aunque esta advertencia que él mismo no desarrolló, ha pasado inadvertida para muchos “comunistas”), si la revolución no creaba una nueva base material, no resistiría:
“… este desarrollo de las fuerzas productivas constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior; (…) El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción «coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.”
Desde 1922, Lenin estaba gravemente enfermo, y en 1923 quedó incapacitado para participar en la política, muriendo el 21 de enero de 1924. En su testamento, que fue ocultado por la dirección del partido a pesar de que su viuda, Krupskaia, insistió en que se hiciese público, advertía de los peligros de Stalin. El burocratismo asfixiante y la represión, fueron en aumento. En 1927, Trotsky fue expulsado de la URSS. Después vendrían los grandes procesos farsa contra “los enemigos de la revolución”, los campos de concentración y los asesinatos en masa de la oposición.
El “socialismo en un solo país”, sustituyó al marxismo, el control burocrático al control obrero, y una dictadura asfixiante con una verdadera “guerra civil unilateral”, se impuso en lugar de una democracia obrera. Los derechos de las nacionalidades, de la mujer, los derechos democráticos en general se fueron extinguiendo.
Y por fin, a finales del siglo XX, se produjo “la caída del muro”, así, metafóricamente, como cae una pared, uno tras otro todos los países del Este de Europa y la URSS se derrumbaron, como un efecto de una contrarrevolución que se había producido décadas antes.
Sin embargo, la Revolución Rusa demostró la potencialidad gigantesca de transformación, la fuerza de solidaridad y sacrificio que alberga la sociedad humana, y no sólo no refuta el socialismo, sino que es la experiencia que debería servirnos para depurar el socialismo, para comprender los errores y resaltar las grandes virtudes. Sobre todo porque no nos queda otro remedio, porque nuestro mundo se enfrenta cada día más al dilema de “socialismo o barbarie”, en la que elementos como Putin o Trump rigen los destinos de la humanidad conduciéndola a un desastre frente al que sólo se puede ofrecer una sociedad socialista.
A pesar de todo, el camino quedó marcado, y fue la demostración de que esa fuerza de una sociedad igualitaria está encerrada en el corazón humano, y la conciencia colectiva debe ser capaz de liberarla de nuevo. Ese es el legado del bolchevismo, del partido de Lenin y Trotsky.
Quizá la crítica más temprana y más sagaz vino de la mano de la mujer que más ha destacado en toda la historia de la lucha por el socialismo, Rosa Luxemburgo. Sus críticas a algunos aspectos de la revolución, los corrigió ella misma, pues los había elaborado en la cárcel con escasez de información, y, no es casualidad, ella nunca quiso publicarlos, lo hicieron a su muerte los adversarios de los bolcheviques. Quien diga que había por parte de la revolucionaria espartaquista un desacuerdo con Lenin, en este terreno, sencillamente es un ignorante o miente.
Reivindicamos aquí, su aportación más lúcida al analizar la lucha de sus camaradas, que se convierte en una síntesis y una aportación de valor incalculable para reconstruir el socialismo marxista cien años después de Octubre. No es de extrañar que los escritos de esta revolucionaria fueran proscritos por el estalinismo, pues su tesis central es el reconocimiento de la revolución, del papel del partido bolchevique, pero al mismo tiempo, establece la necesidad de que el régimen a construir se base en la más profunda forma de democracia, la democracia socialista. El socialismo, para ser construido, necesita el control de la producción, el control de la vida pública, la reducción de la jornada laboral que permita la participación, y ello conlleva la libertad de criticar y revocar a los dirigentes. Todo lo que la degeneración del bonapartismo burocrático negó, y reivindicaba la líder marxista:
“Lenin, Trotsky y sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionarias que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionaria que han caracterizado a la socialdemocracia europea; su sublevación de octubre no ha sido solamente la salvación real de la Revolución Rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional”
“Siempre hemos distinguido el contenido social de la forma política de la democracia burguesa, siempre supimos ver la semilla amarga de la desigualdad y de la sujeción social que se oculta dentro de la dulce cáscara de la igualdad y de la libertad formales, no para rechazarlas, sino para incitar a la clase obrera a no limitarse a la envoltura, a conquistar antes el poder político para llenarlo con un nuevo contenido social. La misión histórica del proletariado, una vez llegado al poder, es crear, en lugar de una democracia burguesa, una democracia socialista y no abolir toda democracia”.
Bibliografía:
La Revolución Rusa, Edward Hallet Carr
Diez días que estremecieron el mundo , John Reed
Historia de la Revolución Rusa, León Trotsky
La Revolución Traicionada, León Trotsky
Historia del Partido Bolchevique, Pierre Broué
La ideología alemana, Carlos Marx y Federico Engels
El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Carlos Marx
Carta al Comité Central de la Liga de los Comunistas, Carlos Marx y Federico Engels
Las tareas del proletariado en la presente revolución (las Tesis de Abril), Vladimir Ilich Lenin
Con motivo del cuarto aniversario de la Revolución de Octubre, Vladimir Ilich Lenin
La Revolución Rusa, Rosa Luxemburg
Los Soviets: Su origen, desarrollo y funciones, Andreu Nin.
[1] Todas las fechas se dan de acuerdo al viejo calendario ruso, pues de acuerdo al actual, la revolución habría sido en noviembre, no en octubre.
[2] La Historia de la Revolución Rusa, Edward H. Carr, página 13.
[3] Diez días que estremecieron al mundo, John Reed, página 136.
[4] La ideología alemana, Marx y Engels.
[5] El muerto agarra al vivo.
[6] “La fábrica era la ciudadela general de los Soviets. Las normas de elección variaban mucho según las poblaciones, pero en todas partes participaban en la elección de los diputados absolutamente todos los obreros, sin excepción ni restricción de ninguna clase, que trabajaban en el establecimiento. En Petersburgo y Moscú se elegían diputados por cada 500 obreros; en Odesa, uno por cada 100; en Kostromá, uno por cada 25; en otros, no había ninguna forma definida. En todo caso, los Soviets representaban en todas partes a la mayoría aplastante de la clase obrera, y en Petersburgo, Moscú y Ekaterinburg a la casi totalidad. Su prestigio era tan grande, que en algunas poblaciones pretendieron elegir Soviets incluso los pequeños comerciantes”. Los Soviets: Su origen, desarrollo y funciones, Andreu Nin.
[7] Bolcheviques: El POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso), se dividió en dos fracciones, al principio por temas organizativos que fueron cristalizando en posiciones políticas a lo largo de los años hasta quedar enfrentados en los acontecimientos revolucionarios. Los “Bolcheviques” (mayoritarios) y los “Mencheviques” (minoritarios). Los Bolcheviques, a propuesta de Lenin en abril de 1917 adoptaron el nombre de Partido Comunista.
[8] “Eseristas”, o Socialistas Revolucionarios, era el partido fundamental del campesinado, también se escindirían en octubre del 17, formándose el ala de izquierdas, más próxima a la revolución, frente a un ala de derechas.
[9] Con motivo del cuarto aniversario de la Revolución de Octubre, Lenin.
[10] Diez días que estremecieron al mundo, John Reed, página 286.
[11] Diez días que estremecieron al mundo, John Reed, página 269.
[12] Diez días que estremecieron el mundo, John Reed página 142.