Con este último episodio terminamos la trilogía de esta extensa reflexión de Miguel Ángel Márquez Lapuente sobre el presente y futuro del rural aragonés. Sobreexplotación del medio natural, concentración de negocios en cada vez menos manos y monocultivos económicos hipotecan el territorio. En esta tercera entrega: greenwashing y el necesario cambio del paradigma de la sostenibilidad.
Miguel Ángel Márquez Lapuente
5.- Greenwashing
Es ya un consenso dentro de la comunidad científica internacional el que el planeta está sufriendo profundos y complejísimos cambios debidos a muchas de las actividades humanas y que muchos de estos cambios derivarán en otros, cual efecto dominó, que no sabremos a que situación nos llevarán a corto plazo. Por poner solo un ejemplo relativamente conocido, el aumento de los gases de efecto invernadero va a provocar en poco tiempo que se deshielen grandes placas de hielo en las que se ha almacenado de manera natural y durante eras, metano; este metano es un gas de efecto invernadero mucho, mucho más potente que el propio CO2, por lo que se teoriza que, probablemente llegado este momento de aumento de metano en la atmósfera, el cambio climático se vuelva exponencial e irreversible.
Pero la cosa es que ni tan siquiera el cambio climático es “el núcleo” del problema. Por así decirlo, es uno de los grandes problemas que nos llevan al verdadero punto crítico, la denominada “crisis civilizatoria” (15). A esta crisis nos encaminamos debido a varios procesos, entre los que el cambio climático es tan solo uno de ellos. Están también problemas igual de acuciantes como, por ejemplo, la perdida de suelo fértil, el agotamiento de gran parte de los recursos minerales que usamos habitualmente o la contaminación de los acuíferos por exceso de abonos nitrogenados en cultivos. Estos problemas (y otros), repito, son igual de graves que el cambio climático. Solo que menos citados; y además, mucho más graves en los denominados “países del tercer mundo”, donde el imperialismo de los trusts comerciales hace y deshace leyes y gobiernos para poder seguir explotando sus tierras.
¿Por qué no se citan comúnmente todos los problemas a los que nos enfrentamos y sin embargo se hace hincapié concretamente en el cambio climático? Entre otras cosas, porque es “carne de greenwashing”. Mientras que, de la pérdida de suelo fértil por ejemplo, no se puede sacar un nuevo nicho de mercado (a no ser que algún genio del markenting lo consiga) del cambio climático se puede y de hecho se ha sacado todo un nuevo mercado. Y muchas empresas nos bombardean a diario, de hecho, con su aparente preocupación por el medio ambiente: que si nos preocupamos por el cambio climático, por lo que sacamos una nueva gama de coches híbridos; que si nuestra fábrica es respetuosa con la atmósfera, por lo que verás que en la etiqueta de nuestras cervezas pone como, gracias a nuestro I+D, ahora vertimos a la atmósfera la mitad de CO2 que hace diez años; y así un largo etcétera.
Como nos diría cualquier profesional en cualquier ámbito de las ciencias ambientales, o cualquier estudioso del tema, este nuevo “mercado verde” no es solución de nada. Es greenwashing: crear una nueva gama de productos cuyo fuerte mercantilístico es una supuesta conciencia ambiental. Todo con tal de que no se contradiga ninguna de las bases del capitalismo, es decir, que el ritmo de consumo no pare, y que este nuevo marketing genere, porque la empresa así te lo vende, un nuevo valor añadido al producto final.
Nada de esto es sostenible. Por ejemplo, no es sostenible desde ningún punto de vista, sustituir el parque actual de coches por un parque de coches eléctricos: porque buena parte de los elementos que se necesitan para crear componentes esenciales de estos vehículos, están ya en proceso de agotamiento; porque la creación de tal cantidad de vehículos ya de por sí genera un gran impacto ambiental; porque muchos de sus componentes no son reciclados eficientemente o directamente no merece la pena reciclarlos. Como se comentó anteriormente, no solo se agotan los combustibles fósiles. Idem con la buena parte de materiales de aparatos tecnológicos que, siendo partes pequeñas de los mismos, son sin embargo esenciales.

De nada de esto te hablarán los pomposos anuncios de los coches eléctricos de Toyota, o la nueva campaña de frigoríficos Triple A de Balay. El “capitalismo verde” no es ecologista, no se preocupa por el agotamiento de vanadio, paladio y níquel; o del consumo ingente de agua en sus procesos productivos, o de la explotación de sus trabajadores que casi no tienen derechos laborales mientras fabrican productos ecológicos en Bangladesh. El capitalismo vende otro sueño más; el sueño de que, si compras este nuevo producto en sustitución del anterior, podrás sentirte bien contigo mismo porque no funciona con combustibles fósiles y por tanto, habrás aportado tu granito de arena para ayudar al planeta. Como norma universal del marketing de mercado, aquí todo va de crear una nueva necesidad a partir de lo que sea, y en este caso es a partir de la creciente conciencia medioambiental. Esto no va (ni ha ido nunca bajo este sistema) de convivir con nuestro entorno. Y el ejemplo más claro actualmente es la burbuja especulativa de las renovables y su invasión de los entornos rurales.
El capitalismo verde está demostrando ser, como siempre ha sido el capitalismo en cada época de su historia, otra máscara para tratar de que no se vea que se siguen las mismas bases de siempre: producir todo lo posible, consumir todo lo que se pueda, hasta que se agote el sector y/o los recursos necesarios para él (creando por el camino una élite de grandes tenedores/as y una mirada de trabajadores/as asalariados de los que obtener plusvalía) hasta que la burbuja explote y los especuladores se vayan a la siguiente.
6.- Cambio de paradigma hacia la sostenibilidad
Guste o no, la única salida a este hoyo en que nos estamos metiendo cada vez más, es el cambio de paradigma, el cambio de una sociedad de consumo ilimitado y cuyo estatus social, y hasta felicidad individual, se basa en buena medida en la cantidad y exclusividad de los bienes que se consumen, a otra sociedad en que la producción este planificada en base a las necesidades reales de la población. En la que la felicidad no nos la den productos, sino tener tiempo para realizar nuestros hobbies y pasiones, para crecer como personas. Para llegar hasta aquí el primer paso debería ser que todas las personas tengamos las necesidades básicas cubiertas por igual, siendo objetivo esencial de los estados el conseguirlas y protegerlas, por encima de los los beneficios y privilegios de una minoría.
Por supuesto, hay que acabar en su totalidad con el oligopolio de las grandes energéticas y conseguir un modelo de producción y consumo de los recursos democrático y planificado, desde abajo, mediante figuras como los grupos de consumo, las cooperativas de producción y consumo y otros tantos; y todo ello bajo la premisa del consumo de cercanía. Esto, en el fondo, viene a significar que dejemos de jugar bajo las actuales normas globalizantes de las grandes empresas transnacionales para pasar de una economía localista y planificada donde primen los criterios sociales y ambientales (una vieja y tan válida en su momento como ahora, reivindicación socialista). La lucha para este cambio de paradigma es titánica, porque enfrentarse a las grandes empresas significa además, enfrentarse a los medios de comunicación privados y a la democracia burguesa en que vivimos. Es decir, significa cambiarlo todo. Pero es esto, o la barbarie. Es democratizar los medios de producción y distribución, o ver como el actual régimen de mercado acaba con todo, hasta que los pocos recursos que queden generen guerras por su control (como ya estamos viviendo) y desigualdades sociales aún mayores, con ricos más ricos y muchos más pobres.
Queda por debatir en profundidad como la alternativa socialista establece modelos políticos en base a esto (que es ya la única opción posible). Como hacemos llegar a la mayoría social que la solución pasa por esfuerzos conscientes como son el consumo racional en vez del actual consumo como vía de satisfacción rápida; y como son la participación en la planificación de este nuevo y necesario modelo productivo.

En el caso de las energías renovables en entornos rurales, hay que pasar de grandes instalaciones manejadas por las empresas de siempre, a pequeños terrenos auto-gestionados donde se genere la energía necesaria para la zona, con una regulación pública y democrática, basada en la equidad y la solidaridad entre las necesidades de todos sus habitantes. Incluso ahora mismo ya existen modelos cercanos a este modelo (16), pero lamentablemente, al funcionar bajo las normas del mercado, no dejan de estar atadas a la distribución de la energía en las redes monopolizadas por las grandes privadas. Forman parte del camino a seguir, así como nos avisan de como la mano privada sigue estando por encima de todes nosotres, por lo que la única solución viable es destruirla completamente, ya que la historia demuestra constantemente la imposibilidad de convivencia entre un sistema de producción democrático y de la gente, con unas normas capitalistas de producción y distribución.
También queda por hablar en profundidad acerca de una política de sostenibilidad del crecimiento poblacional, pero es algo harto extenso como para tratarlo en este ya largo artículo.
La tarea de la gente que queremos reconducirnos desde el abismo hacia la sostenibilidad -y desde el gobierno de las empresas al de la gente- va a ser ardua, durísima. Pero la urgencia medioambiental nos hace verla ya no solo como la opción deseable: nos hace verla como la única opción para que la humanidad pueda vivir con nuestros entornos, sin destruirlos y destruir nuestra civilización por el camino.
No te pierdas la primera y segunda parte de este trabajo
Notas
(14) IU lleva la unión de estaciones ante la Oficina Europea de Lucha contra el Fraude.
(15) Caminar sobre el abismo de los límites.
(16) Cooperativas de energía renovable: qué son y cómo funcionan.